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EL PARTIMIENTO DEL PAN


La iglesia local debe, pues, perseverar también en el partimiento del pan; el Señor Jesús ordenó que lo hiciéramos en memoria de Él. La noche en que fue entregado tomó pan bendiciéndolo y habiendo dado gracias lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad, comed, esto es mi cuerpo que por vosotros es dado (o partido). Haced esto en memoria de mí" (Mt. 26:27; Mr. 14:22; Lc. 22:19;1 Co. 11:24).

Después de cenar, tomó también la copa y habiendo dado gracias les dijo: "Bebed de ella todos; porque esta es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre que por vosotros se derrama. Haced esto todas, las veces que la bebiereis en memoria de mí" (Mt. 26:27,28; Mr. 14:24; Lc. 22:20; 1 Co. 11:25).

Desde sus comienzos los cristianos perseveraron entonces en el partimiento del pan, acerca de lo cual escribía Pablo: "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?'' (l Co. l0:16).

El Señor quiere, pues, que todos hagamos aquello en memoria de Él; todos debemos partir el pan, todos debemos bendecir la copa, y todos debemos beber de ella en su memoria y además dignamente y con discernimiento.

El pan que partimos y la copa que bendecimos, en memoria de Cristo, es la comunión de Su cuerpo y de Su sangre, como lo indica Pablo en 1 Corintios 10:16. En efecto, el Señor Jesús había ya dicho antes:

"47El que cree en mí, tiene vida eterna. 48Yo soy el pan de vida.

49Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron.

50Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. 51Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.../... 53De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.

55Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. 57Como me envió el Padre viviente y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mi. 58Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, (en el desierto) y murieron; el que come de este pan vivirá eternamente" (Jn. 6:47-51,53-58).

Y puesto que sus discípulos dijeron que era dura tal palabra, y ¿quién la podría oír? Entonces Jesús añadió respecto de sus afirmaciones: "El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida" (Jn. 6:63). Sus palabras son, pues, "espíritu y vida" y debemos comer de Él "asimismo" como el Padre viviente le envió a Él, y Él vivió por el Padre (v. 57).

Con ese mismo sentir, como de quien se entrega a Sí mismo para ser la vida sustentatriz, fue que el Señor tomó el pan bendecido y repartiéndoselos les dijo: "Esto es mi cuerpo", y luego: "Esta es mi sangre". Lo que debemos entender es que Cristo mismo se nos dio por sustento para que al asimilarlo vivamos por Él con vida eterna, para la resurrección también de nuestros cuerpos en el día postrero.

En el Hijo de Dios está la vida, y Su resurrección y glorificación es nuestra, pues participamos de Él, siendo carne de Su carne y hueso de Sus huesos. Por eso al partir el pan en memoria suya, debemos recibirlo de la misma manera como lo recibieron sus apóstoles en aquella mesa, pues participamos de esa misma mesa y en el mismo Espíritu; es como si aquella ocasión se prolongase hasta hoy al hacerlo en Su memoria; de manera que lo hacemos como Él, ya que Él mismo dijo: "haced esto”; y ese "esto" es, pues, lo mismo. Es por esa razón que al comer "el pan" y al beber de "la copa", debemos hacerlo dignamente discerniendo el cuerpo del Señor (1 Co. 11:27-32).

El "partimiento del pan" es, pues, por una parte, un memorial de Él y de Su sacrificio. Por otra parte, es también un anuncio de tal sacrificio hasta Su regreso, como dice Pablo: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga" (1 Co. 1l:26). Memorial, anuncio, y entonces además, el partimiento del pan es también "la comunión del cuerpo de Cristo", así como la copa de bendición es "la comunión de la sangre de Cristo" (1 Co. 10:16).

Comer "el pan" y beber de "la copa" discerniendo el Cuerpo del Señor, es hacerlo "asimismo" como el Hijo enviado vivió por el Padre viviente (Jn. 6:57). Es por eso que comer "el pan" y beber de "la copa" del Señor indignamente hace culpable de sacrilegio; sí, hace culpable al sacrílego no apenas del "pan" y de la "copa", sino culpable del "Cuerpo" y de la "Sangre" del Señor.

En esta comunión del Cuerpo, verdadera comida, y de la Sangre, verdadera bebida, nosotros no sólo recordamos Su sacrificio, ni tan sólo apenas lo anunciamos, sino que además participamos de los efectos de ese Santísimo Sacrificio hecho en la cruz una vez para siempre. Por la fe, nosotros aplicamos hoy a nuestro favor la validez de aquel sacrificio de la cruz, y en el momento de partir el pan, consumamos demostradamente nuestra participación con el Cristo real sacrificado y resucitado que regresará. La "comunión del Cuerpo" es, pues, la participación íntima, verdadera, real y profunda, cual perfectamente uno, con Cristo; sí, con la Cabeza y los miembros.

Jesús es la Cabeza y la Iglesia sus miembros. Jesús y la Iglesia somos el Cuerpo de Cristo, un solo y nuevo hombre. Por ello el pan es "uno sólo", y la mesa es la "del Señor".

Discernir el cuerpo implica también, pues, recibir en Cristo a todos los que Cristo ha recibido, pues a la "mesa de Él" se sientan todos los suyos. No podemos entonces excluir de Su mesa a ninguno de los suyos, a quienes Él sí ha recibido, pues entonces estaríamos haciendo "otra" mesa, "'nuestra" mesa, y no "la de Él". Aquello sería herejía.

Discernir es ver detrás de las apariencias; a nadie, ni a Cristo, conocemos según la carne (2 Co. 5:16). La nuestra es una comunión verdadera con Cristo y la Iglesia, en la nueva creación, también manifiesta en el amor y en el anuncio, para que por nuestra unidad en Dios, el mundo vea y crea.

Un aspecto más. Puesto que el partimiento del pan, además de memorial y anuncio, es la comunión del Cuerpo, tal comunión es una alianza donde también nosotros, por medio de Jesucristo, y al participar de los beneficios de Su sacrificio, entonces nos ofrecemos en sacrificio, y ministramos por Él al Padre, sacrificios espirituales. Tal aspecto sacrificial inclúyese también, pues, en la alianza. Está escrito: "Vosotros también como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pe. 2:5). Por medio de Jesucristo, cuya alianza celebrarnos en el partimiento del pan, ofrezcamos, pues, a Dios sacrificios espirituales aceptables. Y son aceptables tales sacrificios espirituales precisamente por hacerse en virtud de Jesucristo; es decir, estrechamente ligados al sacrificio suyo.

Por ello también la carta a los Hebreos nos habla de que "15Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. 16Y de hacer el bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios" (He. 13:15,16). Se nos habla aquí del sacrificio de alabanza y del sacrificio de la ayuda mutua (renunciando para dar); sacrificios tales hechos por medio de Jesucristo.

El Sacrificio de Cristo, hecho una vez para siempre, que recordamos, anunciamos, y del que participamos consumadamente en el partimiento del pan dignamente, la alianza, es también el contenido que posibilita nuestros sacrificios espirituales a Dios, tales como la confesión de Su Nombre y la alabanza, la ayuda mutua, el sostén misionero (Fil. 4:18), y la consagración personal (Ro. 12:1).

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