EVOLUCIÓN DE LA EXPRESIÓN DOGMÁTICA (3)

   
 


 

 

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GREGORIO DE NIZA. El otro de los grandes Capodocios también fue llamado Gregorio, mas de Niza (335‑385), quien profundizó en el estudio de las relaciones del Espíritu Santo con el Hijo. Los tres Capodocios sostienen que el Espíritu Santo procede del Padre por el Hijo. Del Hijo procede inmediatamente, del Padre mediatamente.

JERÓNIMO. No obstante lo anterior, en el año 376, Jerónimo (347‑420) escribía a Dámaso, obispo de Roma, de quien fue secretario, objetando el uso de la expresión: tres hipóstasis, que, como hemos dicho, fue adoptada definitivamente 5 años después en el Primer Concilio de Constantinopla.


AGUSTÍN DE HIPONA (354‑430). Aquí A. Trapé, describien­do el libro agustiniano De la Trinidad dice: "Los aspectos más originales son: la doctrina de las relaciones, la explicación «psicológica», la doctrina sobre las propiedades personales del Espíritu Santo, que procede como amor, y la ilustración de las relaciones entre el misterio trinitario y la vida de la gracia". Escribía Agustín:

"Aunque sean cosas diversas ser Padre y ser Hijo, la substan­cia, empero, no es diversa, pues estos apelativos se dicen no según la substancia, sino según las relaciones, que no son accidentales, porque no son mudables".

La contribución de Agustín a la expresión dogmática fue impor­tante y básica para la escolástica posterior, que usó y desarrolló la doctrina de las relaciones y la explicación "psicológica" de la Trinidad, además de la teología del Espíritu Santo. He aquí la correcta cristología de Agustín que, como se dice, preludia la definición de Calcedonia; exprésase Agustín:

"Aquel que es Dios es también hombre, y Aquel que es Hombre es también Dios; no por la confusión de las naturalezas, sino por la Unidad de la persona" (SERM. 186, 1,1).

Escribe también:

"Decimos que Cristo es verdadero Dios, nacido de Dios Padre... y que el mismo es verdadero hombre, nacido de una mujer madre... y que su humanidad, por la que es menor que el Padre, en nada disminuye su divinidad, por lo que es igual al Padre. Una doble naturaleza, un solo Cristo..." (De Pened.s. 24,67).

En cuanto a la explicación "psicológica" de la Trinidad, es decir, basada en el hombre que es creado a Imagen y semejanza de Dios, escribe Agustín:


"La mente está en sí misma, pues cuando se habla de ella, se habla de ella en sí; mas considerada cuando conoce o es conocida o es conocible, pasa a relacionarse con su conocimien­to; o amando, amada o amable, pasa o referirse en relación al amor con el cual se ama. Y el conocimiento, aunque se refiera a la mente que conoce o es conocida, es también dicho como conocido o conociente en relación a sí mismo: el conocimiento, en efecto, con el cual el alma se conoce, no es desconocido de sí mismo. Y el amor, aunque se refiera al alma que ama, es también amor en relación a sí mismo, de modo que está también en sí, pues también el amor es amado, y no puede ser amado sino por el amor, es decir, por sí mismo. Así, cada una de esas realidades está en sí misma. Están sin embargo presentes unas en las otras. La mente que ama está en su amor, el amor en el conocimiento de la mente que ama, y el conocimiento en la mente que conoce. Cada una está en las otras dos. La mente que se conoce y se ama está en su conocimiento y en su amor; el amor de la mente que se ama y se conoce está en la mente y en su conocimiento: y el conocimiento de la mente que se conoce y se ama está en la mente y en su amor, porque ella se ama mientras conoce y se conoce mientras ama. Por consiguiente las otras dos están también en cada una; la mente que se conoce y se ama está con su conocimiento en el amor y con su amor en el conocimiento: el amor y el conocimiento están simultáneamente en la mente que conoce y se ama. Vemos, pues, cómo cada una está toda entera en las otras (todas enteras); cuando la mente se ama toda, se conoce toda, conoce su amor entero, ama su conocimiento entero. Esto ocurre cuando esas tres realidades son perfectas en relación a sí mismas. Así, esas tres realidades son extrañamente inseparables las unas de las otras, y sin embargo cada una de ellas, tomada aparte, es substancia, y todas en conjunto son una sola substancia o una sola esencia, a pesar de que tomadas relativamente se debe decir que difieren unas de las otras".

Agustín usa este ejemplo para aplicarlo a Dios el Padre, quien ama y conoce, el Verbo, que es Conocimiento y es amado, y el Espíritu Santo, que es el amor.


CIRILO DE ALEJANDRÍA. Acercándose a mediados del siglo V tuvo lugar otra controversia en la cual tomaron parte los patriarcas de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y el obispo de Roma. Puesto que se reconocía dos naturalezas en la sola Persona de Cristo, la divina y la humana, se le dio a María el título de "Paridora de Dios" (Teothokos), más comúnmente: "Madre de Dios", queriendo decir que quien nació de ella era Dios y hombre. Entonces Nestorio (381‑459) impugnó el título de Teotokos proponiendo meramente Cristotokos o Antropotokos, queriendo decir que ella era madre tan sólo del hombre, pero separando al parecer al Verbo como una persona y al hombre como otra, desembocando así en dos Hijos. A lo cual respondió Cirilo de Alejandría (_444) señalando la unión en una persona de dos naturalezas, aunque mezclando aún los términos "fisis" (naturaleza) e "hipóstasis" (subsistencia), significando naturaleza y persona y dando también lugar a interpretaciones inexactas; por ejemplo, llegó a decir: "La única .naturaleza encarnada del Verbo", dando así ocasión al monofisismo. No obstante, Cirilo de Alejandría puso las bases para el Concilio de Calcedonia. Escribiendo a Nestorio, patriarca de Constantinopla, decía Cirilo:

"No decimos que la naturaleza del Verbo se hizo carne sufriendo un cambio, y que se transformó en un hombre completo y perfecto, compuesto de cuerpo y alma. Decimos más bien que el Verbo, habiendo unido a sí mismo personalmente una carne animada de un alma viviente, se hizo hombre de manera inefable e inconfundible, y se llamó Hijo del Hombre, pero no por puro favor ni por pura benevolencia, ni tampoco por el hecho de asumir una sola persona (es decir, una persona humana en su divina persona). Siendo distintas las naturalezas que se vieron en esta unidad verdadera, de ambas resultó un solo Cristo, un solo Hijo: no en el sentido de que la diversidad de las naturalezas quedara eliminada por esta unión, sino que la Divinidad y la humanidad completaron para nosotros al Único Señor Jesucristo e Hijo con su inefable e inexpresable conjun­ción en la unidad. De esta manera aunque Él subsistía y era engendrado por el Padre antes de los siglos, se dice de Él que también nació de una mujer según la carne; no que su naturaleza divina comenzara a existir en la Santa Virgen, o que necesitara por fuerza por sí misma una segunda generación después de su generación del Padre. Es necio y absurdo decir que Él, que subsistía antes de los siglos y era coeterno con el Padre, tenía necesidad de un nuevo comienzo de existencia. Decimos que el Verbo ha nacido según la carne, porque asumió personalmente la naturaleza humana «por nosotros y por nuestra salvación», porque no nació primero de la Santa Virgen como hombre ordinario y luego descendió sobre Él el Verbo, sino que habiéndose unido a la carne desde el seno mismo, se dice de Él que se sometió a una generación según la carne, como apropián­dose y haciendo suyo el nacimiento de su propia carne".


Nestorio fue depuesto, y sus obras quemadas, pero en su exilio compuso una vindicación que sobrevivió bajo el seudónimo de Heráclides de Damasco, la cual ha dado pie para una reconsidera­ción más favorable de Nestorio.

CONCILIO DE ÉFESO. Al concilio de Calcedonia se adelantó también Isidoro de Pelusio, muerto en 435. En el año 431 se celebró el turbulento Concilio de Éfeso; turbulento, pues se apresuró el bando de Cirilo a excomulgar al bando de Nestorio antes de que este llegara, es decir, sin escuchársele; llegado el Patriarca Juan de Antioquía, pro‑nestoriano, comenzó con los suyos un concilio aparte. El emperador Teodosio II castigó entonces a los dos, quienes llegaron luego a una fórmula de unión en el año 433. Las negociaciones revalidaron el Concilio de Éfeso, donde se estableció el término "Teotokos" aplicado a María, convirtiéndolo en "signo de ortodoxia".

CONCILIO DE CALCEDONIA.  Teodoreto de Ciro (393‑466) defendió, no obstante, también el uso del término "antropotokos" a la par que el de "Teotokos", aplicados a María. Eutiques, abad de Constantinopla, luchando contra el nestorianis­mo, se fue al otro extremo, fusionando en su fórmula en una sola naturaleza la Divinidad y la Humanidad de Cristo. La controversia entonces dio origen al Concilio de Calcedonia (451), que condenó el monofisismo eutiquiano y el nestorianismo. He aquí la famosa definición de Calcedonia:


"Siguiendo, pues, a los santos padres, enseñamos todos a una voz que ha de confesarse Uno y el Mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el cual es perfecto en Divinidad y perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero Hombre, de alma racional y cuerpo; consubstancial al Padre según la Divinidad, y asimismo consubstancial a nosotros según la humanidad; semejante a nosotros en todo, pero sin pecado; engendrado del Padre antes de los siglos según la Divinidad, y en los últimos días, y por nosotros y nuestra salvación, de la Virgen María, la madre de Dios (Teotokos), según la humanidad; Uno y el mismo Cristo, Hijo y Señor Unigénito, en dos naturalezas, sin confusión, sin mutación, sin división, sin separación, y sin que desaparezca la diferencia de las Naturalezas por razón de la unión, sino salvando las propiedades de cada naturaleza, y uniéndolas en una persona e hipóstasis; no dividido o partido en dos personas, sino Uno y el mismo Hijo Unigénito, Dios Verbo y Señor Jesucris­to, según fue dicho acerca de Él por los profetas de antaño y nos enseñó el propio Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Credo de los Padres".

 
 

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