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ÁZIMOS: CRISTO COMULGADO
Íntimamente relacionada con la fiesta de la pascua, estaba la fiesta de los ázimos, o sea, de los panes sin levadura. Una vez sacrificado el cordero pascual, entonces durante siete días se celebraba la fiesta de los ázimos, comiendo panes sin levadura. Relacionado a esto escribía Pablo a los corintios:
"7Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. 8Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad" (1 Co. 5:7-8).
Cristo dijo también a sus discípulos que se guardasen de la levadura farisaica de la hipocresía (Mt, 16:6-12). Fue aquel tipo de pan sin levadura el que tomó el Señor la noche de la última cena, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: "Tomad y comed todos de él; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido". Cristo, al señalarse a Sí mismo con este pan ázimo, sin levadura, se nos repartió para que le asimilemos y vivamos por Él, alimentándonos del pan o maná celestial que es Él mismo, quien asimilado nos nutre de Sí mismo para la resurrección espiritual y corporal.
El propósito de Su sacrificio pascual es señalado a continuación en los ázimos, y es: La Comunión.
"21Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado" (Jn. 17:21-23).
Así que lo que sigue al sacrificio de Cristo es la reconciliación, la comunión restaurada. Dios quiere nuestra comunión con Él y entre nosotros; es por eso que toda la Ley se resume en estas palabras: Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas, y con todo nuestro ser; y al prójimo como a ti mismo. La vieja masa leudada de nuestra humanidad caída y estigmatizada con maldad, malicia e hipocresía, debe ser desechada a la par que participamos con Cristo de la cruz, crucificados con Él al viejo hombre, y reconciliados mediante la crucifixión de las enemistades en Su cruz, a la cual somos incorporados en el poder de Cristo de manera a posibilitar por ella nuestra liberación del pecado. La Pascua señala, pues, la sangre que nos limpia de los pecados o transgresiones, y los Azimos señalan a la cruz que, compartida, nos libra del pecado, es decir, del poder de la naturaleza caída y cautiva. Dios no sólo perdona, sino que también justifica y libera. Dios nos libera del poder del pecado por medio del poder de la cruz de Cristo, la cual compartimos haciéndonos también participantes de sus padecimientos, pues como dice Pedro apóstol:
"Quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado" (1 Pe. 4:1b).
La Victoria de Cristo al condenar el pecado en la carne nos es impartida a nosotros por la fe, en nuestra identificación con Él en Su muerte y resurrección, lo cual señalamos con el bautismo. Y como escribía Pablo: "9Ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; 10a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, 11si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos" (Fil. 3:9-11). Y en Romanos 6:5: "Porque si fuimos plantados con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección”.
La realidad de la comunión con Dios y entre los redimidos se hace posible una vez que perdonados y limpiados con la sangre de Cristo, nos hacemos partícipes incorporados de Su cruz, en la cual hallamos además de perdón, también liberación. Esta comunión, este amor, esta unidad, son, pues, ahora gracias a la cruz, la prioridad, el propósito de la obra redentora para manifestar a Cristo. Dios quiere nuestra comunión para lo cual nos reconcilió repartiendo a Cristo entre nosotros, para que una vez asimilado, en perfecta comunión, seamos uno, para lo cual es también ingrediente importantísimo la resurrección.
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