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Regeneración y renovación.-
En la carta del apóstol Pablo a Tito, leemos en el capítulo tres, en el contexto de la serie de numerales que estamos trayendo acerca de las provisiones de la resurrección. Vamos a leer en el capítulo tres de la carta a Tito, desde el versículo cuatro: “cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”.
En este pasaje, y especialmente en el verso cinco, vemos dos expresiones sumamente importantes: una, que nos salvó por el lavamiento de la regeneración, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia; esa es una cosa: por el lavamiento de la regeneración; la segunda cosa es: y por la renovación en el Espíritu santo.
Vemos, pues, aquí, la salvación naciendo en el corazón misericordioso de Dios, y pasando a nosotros lavándonos, regenerándonos y renovándonos; en el numeral anterior nos habíamos detenido a considerar lo que es la regeneración, la recepción por el creyente, en su espíritu, de la vida divina por el Espíritu de Cristo, que se amalgama con el espíritu del hombre. Esto sucede en el nuevo nacimiento, cuando el creyente cree y recibe al Señor Jesús como su salvador, recibe Su vida en su ser.
Muy bien, en esta carta a Tito ya no se nos habla solamente de la regeneración, sino también de la renovación por el Espíritu santo. La regeneración tiene como característica la introducción de la naturaleza divina, del Espíritu de Cristo, de la vida de Dios, de la vida eterna, en el espíritu del creyente; pero la intención de Dios es que esta vida divina, esta naturaleza divina, este Espíritu de Cristo, no solamente se quede guardado en el espíritu humano del creyente, sino que a partir de allí comience a ganar el alma, a ganar sus pensamientos, sus emociones, su voluntad; y ese proceso de ganar el alma, del que el Señor dijo: “Con paciencia ganareis vuestras almas”, es lo que aquí la palabra del Señor llama renovación por el Espíritu Santo. Renovar es que algo que ha sido envejecido, comience a recibir un influjo de nueva vida, y comience a ser restaurado, comience a ser recuperado.
Cuando habíamos considerado en los capítulos y numerales anteriores lo que vimos acerca de la antropología cristiana, la situación del hombre caído, habíamos visto que, con la caída, el espíritu del hombre se separó de Dios y murió; en cambio, el alma del hombre, el yo del hombre se engrandeció cual ego soberbio, y el hombre comenzó a moverse por sí mismo en independencia de Dios; ahora, con la regeneración, el hombre, además de haber sido perdonado y limpiado por la sangre de Cristo, recibe la vida divina por el Espíritu de Cristo en su espíritu; pero, a partir de allí, esa vida divina comienza a trabajar para recuperar el alma, para traer a esa alma independiente y rebelde, que pensaba lo que quería, que quería lo que le daba la gana, y que sentía irresponsablemente, y en forma muy inestable, entonces ahora comienza el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, a partir del espíritu humano en el cual se amalgamó desde la regeneración, comienza el Señor a traer a sujeción y concordia el alma del hombre, los pensamientos del hombre, las emociones del hombre, la voluntad del hombre; como dice e un pasaje: traer sujetos los pensamientos a Cristo; estabilizar las emociones del hombre y ganar su voluntad; a esto es lo que se llama renovación.
Así que la regeneración es la operación del Espíritu de Dios introduciendo la vida divina en el espíritu del hombre; pero la renovación es pasar del espíritu del hombre la vida de Dios a su alma, su mente, sus emociones y su voluntad. Continuaremos, Dios mediante, en numerales sucesivos.
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