PENTECOSTÉS: CRISTO GLORIFICADO

   
 


 

 

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PENTECOSTÉS: CRISTO GLORIFICADO


Juan 7:37-39 nos refiere: "37En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso de pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. 38El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. 39Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.

De manera que era necesario que el Señor Jesús fuese glorificado para que el Espíritu Santo pudiese ser derramado sobre toda carne. Y efectivamente, como dijo el apóstol Pedro: "32A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís" (Hch. 2:32-33), y en seguida les extiende a los presentes, a sus hijos, a todos los que están lejos y a cuantos el Señor nuestro Dios llamare, el importante anuncio de la promesa divina: el don del Espíritu Santo, para que todo aquel que creyendo en el Señor Jesucristo como el Hijo de Dios, Señor y Cristo, le reciba arrepintiéndose y bautizándose (Hch. 2:38,39). Es por eso que el Señor Jesús dijo:

"7Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. 8Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 9De pecado, por cuanto no creen en mí; 10de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; 11y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. 12Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. 13Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. 14Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. 15Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Jn. 16:7b-15).

Así que es de fundamental importancia, ya que Jesús fue glorificado, beber de Su Espíritu Santo derramado, pues aun cosas que Jesús no habló claramente a los discípulos mientras estuvo en la tierra, prometió comunicarnos a través de Su Santo Espíritu; y lo hizo en la revelación dada por medio de sus apóstoles, según consta y se conforma en el Nuevo Testamento; pacto cuya vida íntima nos es comunicada en la virtud del Espíritu que nos es dado para conocer lo profundo de Dios y lo que nos ha concedido (1 Co. 2:7-16).

Jesús se iba, pero eso nos convenía, pues así, tras su glorificación, vendría el Espíritu Santo a tomar Su lugar dentro de cada uno de sus hijos. Dios está, pues, muy interesado en que seamos y permanezcamos llenos de Su Santo Espíritu, pues es solamente por Su operación que llegamos a entender y a ser partícipes de la obra de Dios por Cristo. El don del Espíritu Santo es algo más que perdón y liberación; es vida y unción. La fiesta de Pentecostés, en cuyo día descendió como un viento recio el Espíritu de Dios para capacitar a la Iglesia, nos señala este sobresaliente aspecto de la obra de Cristo: Derramar, por Él, del Padre, al Espíritu Santo, disponible para toda carne; es decir, dado a cualquier ser humano que lo solicite y por la fe lo reciba obedeciendo, de modo que confiadamente pueda contar con Él, en todo lo que requiere el camino de la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Dios quiere, pues, que sepamos, y nos lo señala con Pentecostés, que Su Hijo ha sido glorificado, hecho Señor y Cristo, por lo cual ya no hace falta nada para que Su Espíritu opere en nosotros Su redención; es decir, que ahora la plenitud de Su victoria puede ya sernos participada. El Hijo, que vino en el nombre del Padre, ya murió por nosotros, y después de ser sepultado resucitó corporalmente al tercer día en incorrupción; entonces ascendió para ser glorificado, y por Su intermediación, obtener para nosotros la in-habitación de Dios, cuya vida nos restaura y nos devuelve a Su imagen y semejanza profanada con la caída. También el Espíritu que levantó a Jesús de los muertos, vivificará nuestros cuerpos mortales (Ro. 8:11) fortaleciéndonos hoy, y resucitándonos cual a Jesús, en el día postrero, corporalmente también. El Espíritu Santo está, pues, hoy con nosotros en el nombre de Cristo, tomando Su lugar, y es fundamentalísima una estrecha relación con Él.

Por Su muerte en la cruz Cristo nos ha limpiado con Su sangre, perdonándonos, y nos ha liberado al incorporarnos en Él a la crucifixión del viejo hombre; mediante Su resurrección ha dado comienzo a una nueva creación, dentro de la cual somos regenerados; sí, justificados y santificados en Él. Pero además ha enviado Su Santo Espíritu para ungirnos y capacitarnos, y anticipar en nosotros los poderes del siglo venidero, de modo que le sirvamos hoy, cual Iglesia, en la edificación de Su Cuerpo y promoción de Su Reino. ¡Qué importante es la labor del Espíritu Santo! Al mundo convence de pecado, justicia y juicio, y lo guía al arrepentimiento; revela además el Señorío de Cristo (1 Co. 12:3) y nos participa la obra de salvación; hace morar en nosotros al Padre y al Hijo, y Él mismo nos unge para enseñamos todas las cosas y guiarnos a toda verdad, recordarnos las enseñanzas de Cristo, hacer operar Su ley espiritual de vida que nos libera del poder de la operación de la ley del pecado y de la muerte en nuestra carne y naturaleza adámica, contraponiéndole en nuestro espíritu la victoria de Cristo; nos renueva sujetando nuestros miembros a la disposición de la justicia; produce el fruto que es a la vez amor, gozo, paz, benignidad, templanza, fe, mansedumbre, bondad, verdad, justicia; y nos equipa además con dones espirituales; dirige también, en nombre de Cristo, la obra de Dios, y nos sumerge en el cuerpo de Cristo que es uno; etc., etc. (Jn. 14:15-26; Ro. 8:1-17; 6:13; Tit. 3:5,6; Gá. 5:16-25;1 Co. 12:4-11; Ef. 5:9; Hch. 8:29;10:19; 13:2,4; 15:28; 20:22; 1 Ti. 4:1; 1 Pe. 1:10-12; 1 Jn. 2:20,27; Ap. 1:10; 1 Co. 12:13). Es, pues, de capital importancia recibir de Dios por Cristo al Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es Dios mismo; es el Espíritu de Dios que procede del Padre expirado a manera de amor pleno y personal, ejecutor; es decir, es Dios que se entrega cual persona. El Padre ama al Hijo, y el Hijo al Padre con este amor personal que es tal cual el Padre y el Hijo y subsiste eternamente en la misma divina esencia. Por el Hijo, pues, nos es derramado del Padre el Espíritu Santo para hacernos partícipes de la naturaleza divina; sí, mediante sus promesas, entre las que es capital: el don del Espíritu Santo; y no hablo tan sólo de los dones del Espíritu, sino del Espíritu mismo sin medida cual don (2 Pe. 1:4; Hch. 2:38,39). (Esto es para mucho más que tan sólo hablar en otras lenguas o profetizar; es para que conozcamos que el Hijo está en el Padre, y nosotros en el Hijo, y el Hijo en nosotros; y que el que tiene al Hijo tiene también al Padre (Jn. 14:17-20). Tenemos, pues, por Cristo entrada por un mismo Espíritu al Padre, llegando nosotros a conformar Su casa, el templo de Su plenitud, y Su familia (Ef. 2:18-22); y por la asimilación de Cristo: hueso de sus huesos y carne de su carne (Ef. 5:30,32).

Y de la misma manera como el perdón y la liberación la recibimos por fe revelada, también por esa fe se recibe al Espíritu Santo. "Esto dijo del Espíritu que habrían de recibir los que creyesen en él" (Jn. 7:39); "Para que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu Santo" (Gá. 3:14). Para Dios es importante, pues, y para nosotros, que al recibir a Cristo, confiemos además en que podemos contar con Su Espíritu Santo también; y debemos recibirlo igualmente bebiendo de Él por fe; los apóstoles solían imponer las manos después de orar por la recepción del Espíritu por los nuevos convertidos. Él prometió bautizarnos con Espíritu Santo y fuego (Hch. 1:5; 11:16). Hay, pues, para la Iglesia, además de Pascua, también Pentecostés, pues Jesús ya fue glorificado.

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