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Lo que habéis oído desde el principio.-
Así como el apóstol Pablo le había encargado en su primera carta a Timoteo, como lo dice el capítulo seis, verso veinte, el guardar lo que se le había encomendado y el evitar la profanas pláticas; en su segunda carta, vuelve a insistirle, y lo registra el capítulo dos, verso veinte y tres: “Pero desecha las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas”. Así que existen cuestiones necias e insensatas que engendran contiendas, y existen profanas pláticas sobre cosas vanas.
Todas esta cosas causan una distracción, aún en la mente de los siervos del Señor, y Satanás astutamente los enreda en este tipo de cuestiones, y sutilmente los va apartando poco a poco de la línea central del propósito divino. Es por eso que debemos siempre atender al depósito inicial que ha sido entregado a la Iglesia de parte de Dios. Esta era la carga no sólo del apóstol Pablo; también el apóstol Juan tenía esta carga.
En su primera carta, en el capítulo dos, nos dice en el verso veinte y cuatro: “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. Nos damos cuenta de que aquí el apóstol está hablando de algo que se ha escuchado en el principio; aquí no se refiere al principio de ninguna denominación específica; se refiere al principio del Nuevo Pacto, al principio del Nuevo Testamento, cuando vino el Señor Jesús y depositó su Espíritu y encargo en Sus apóstoles, en Su cuerpo, en la Iglesia.
Desde el comienzo de la Iglesia, lo cual está registrado en el Nuevo Testamento, se ha recibido un depósito; y eso es lo que el apóstol Juan llama también: “lo que habéis oído”; lo que, es algo específico, es algo definido; lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros.
Note que lo que se ha oído en el principio tiene el efecto de colocarnos en el Hijo y en el Padre; por eso dice: “Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre”. El propósito del mensaje cristiano, depositado en la Iglesia desde sus comienzos, es introducirnos en el Hijo de Dios, y por medio del Hijo de Dios, introducirnos también en el Padre.
En su segunda carta, Juan, en el capítulo uno, ya que tiene un solo capítulo esta carta, en el verso nueve, decía también:
“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo…”; aquí se refiere específicamente a la doctrina de Cristo, la básica del Cristianismo; lógicamente no se refiere a algún desvío posterior; dice: “el que se desvía de la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo”.
La doctrina de Cristo es para que tengamos al Hijo, y al tener al Hijo, tengamos también al Padre.
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