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FE EN DIOS
"Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (He. 11:6). El llamado de Dios comienza, pues, con un llamado a la fe: "Creed en el evangelio" (Mr. 1:15). Dios, pues, nos pide que tengamos confianza en Él. En la base de nuestra fe están los HECHOS históricos de la REVELACIÓN de Dios; Dios se ha revelado, pues, a Sí mismo, y sobre ese testimonio histórico descansa nuestra fe; (histórico, no sólo referido al pasado, sino a la continua intervención de Dios en la historia, en la vida de las personas). La fe viene, pues, por el oír la Palabra de Dios (Ro. 10:17). Para invocar a Dios confiándose en Él, es, pues, necesario que oigamos de Él primero: "2Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. 3Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David" (Is. 55:2b,3). Oímos, pues, para conocer los hechos de Dios; entonces, el testimonio que Él ha dado, y da, de Sí mismo, engendra en nosotros la fe; entonces tenemos confianza para invocarle y recibir de Él lo que nos ha prometido, pues ha sido Suya la iniciativa de poner tal esperanza delante de nosotros.
Por eso hizo antes EVIDENTE Su poder y Deidad mediante la creación (Ro. 1:19,20), y vemos Sus huellas dentro de nuestra propia conciencia (Ro. 2:14-16).
Por eso también habló a los hombres por sus escogidos y pregoneros como Enoc, Noé, Abraham, Moisés y los profetas; pero principalmente, en el cumplimiento del tiempo, y en atención a sus anuncios proféticos, nos habló por Su Hijo Jesucristo (He. l:1,2), el cual, después de ascender a la gloria, envió Su Espíritu Santo a la Iglesia, la cual, desde los apóstoles, es depositaria del testimonio Divino y de la Palabra de la fe:
"10El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree, a Dios le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de Su Hijo. 11Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. 12El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida". (1 Jn. 5:10-12). Y "8Esta es la palabra de fe que predicamos: 9que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. 11Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere no será avergonzado... 13porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (Ro. 10:8b-11,13).
Para invocar hay que creer, y para creer, oír; y para que oigamos, nos fue enviado testimonio (Ro. 10:14-17), y éste es, pues, que Jesús de Nazaret, el Cristo, salió de Dios y vino al mundo siendo el Hijo de Dios nacido de la virgen María (Jn. 16:28; 17:7,8; Lc. 1:30-35), y vivió sin pecado aunque tentado en todo conforme a nuestra semejanza (He. 4:15; 1 Jn. 3:5); murió en la cruz en nuestro lugar y por nuestros pecados, limpiándonos de ellos por Su sangre, y beneficiándonos gratuitamente de ello si creemos (Is. 53:4-11; Mt. 20:28; 1 Ti. 1:15); resucitó corporalmente y ascendió a la diestra de Dios, intercediendo por nosotros y derramando Su Espíritu Santo; volverá en gloria y majestad para juzgar y establecer definitivamente Su Reino, con resurrección de nuestra carne, y juicio eterno de los que no le conocieron (2 Tes. 1:7-10). Es, pues, Jesús, el Señor y el Cristo, y recibirle es recibir vida eterna (Jn. 1:12-13). "El que creyere y fuere bautizado, será salvo; pero el que no creyere, será condenado" (Mr. 16:16).
Dios ha tomado, pues, la iniciativa, y revelándose nos vino a buscar; entonces nos habla al corazón para que le conozcamos a través de Cristo, y a Sus hechos, de manera que confiados en Él aceptemos la gracia del perdón, de la liberación, de la regeneración, de la renovación, de la unción que es arras o garantía de una herencia eterna e incorruptible por la resurrección de Jesucristo; heredemos, pues, con Él la resurrección gloriosa para un Reino inconmovible. Nos pide apoyarnos en Él; echar todas nuestras angustias y ansiedades sobre Él, y contar con Él mientras permanecemos recibiendo experimentadamente de Él a Jesucristo cual vida, y por Cristo, al Espíritu Santo que nos guía conforme a Su Palabra a toda verdad, y nos participa de lo Suyo vitalmente. Recibir confiadamente de la gracia es, pues, la actitud del creyente.
Creer es confiar, y confiar es contar con Él, recibiendo de Su fidelidad para fortalecernos y para obedecerle voluntariamente, en alianza de nuestras voluntades con la perfecta Suya, cual co-herederos del Reino de Jesucristo, Hijo de Dios. Podemos confiar en Él porque Él ha hecho promesas y se ha comprometido a Sí mismo con juramento de que nos bendecirá en Cristo Jesús (He. 6:13-20; Gá. 3:29). Honremos, pues, Su Palabra aferrándonos tenaz y osadamente a ellas, pues por Sus maravillosas promesas podemos levantar cabeza. ¡Él es Fiel! ¡Lo ha demostrado muchísimas veces! ¡Elijamos lo mejor siempre! el creer de la fe es en el Evangelio, fundamentalmente en la identidad de Cristo, en Su muerte expiatoria por nosotros, en Su resurrección completa y en Su señorío con que establecerá definitivamente Su Reino.
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