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EXPIACIÓN: CRISTO ABOGADO
Así como la pascua nos recuerda el sacrificio de Cristo hecho una vez para siempre por el cual fuimos liberados del Egipto espiritual, es decir, salvados, así también esta fiesta de la expiación nos presenta la aplicación permanente del precio pagado por Aquel que continuamente intercede por nosotros. Cada año Israel debía colocarse bajo la protección de la expiación; lo cual nos señala la necesidad de vivir cubiertos por la sangre del Cordero, para lo cual podemos acudir a Dios mediante el único mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre. Este aspecto de Cristo, cual abogado, mediador e intercesor, cual sacerdote perenne según el orden de Melquisedec, es de fundamental importancia, pues, aunque ya hayamos sido salvos, liberados y regenerados, y aunque ya hayamos recibido Su Espíritu Santo, e incluso estemos sirviéndole al Señor, aún queda la posibilidad de fallar, de cometer un error involuntario, de descuidarnos y desfallecer, es decir, caer; ante lo cual precisamos no quedarnos postrados y sin esperanza, sino que habiéndonos arrepentido, acudamos a Dios por medio de nuestro abogado intercesor, para recuperar nuestra comunión perdida. Por eso nos dice la carta a los Hebreos: "1Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, 2ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre" (8:1,2). Y en Hebreos 4:14-16 nos dice: “14Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. 15Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. 16Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
El apóstol Juan explica (1 Jn. 2:1,2): "1Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 2Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo".
El Verbo, pues, que en el principio estaba con Dios, y era Dios, se hizo carne, hombre semejante a nosotros (Jn. l:1,2; Fil. 2:5-8), y fue tentado en todo conforme a nuestra semejanza saliendo victorioso y aprendiendo la obediencia por el sufrimiento (He. 4:15; 5:8); como Verbo hecho Hombre y cual hombre murió y resucitó y se sentó a la diestra de la Majestad como mediador y abogado cual Hombre, además de Señor; sí, Jesucristo Hombre, hecho Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec en el poder de una vida indestructible, de modo que compadeciéndose de nuestras debilidades, habiendo sido Él también tentado, puede interceder perpetuamente a nuestro favor; es por eso que Juan en su carta primera nos escribe que "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (2:7); es decir, que mientras permanezcamos en la fe de Jesucristo y con la decisión de hacer la voluntad del Padre, Dios nos mantiene cubiertos continuamente bajo la sangre del Cordero, viéndonos a través de Su Hijo Jesucristo.
Ahora bien, ¿hasta cuándo durará esto así? es importante conocerlo, pues falsos profetas se han levantado proclamando el fin de la gracia; pero, mientras la ofrenda esté en el santuario y la sangre en el propiciatorio, el trono es de gracia y no de juicio. Esto en el caso de no afrentar al Espíritu de Gracia. Y puesto que Jesús es esa ofrenda, en el Santísimo como nuestro representante y precursor, y en nosotros por la vida de Su Espíritu, entonces, mientras Él esté en el Santuario a la diestra del Padre, cual Hombre, la puerta de la gracia permanece abierta; y Él está sentado allí hasta que todos sus enemigos, incluido el último, la muerte, sean puestos bajo las plantas de sus pies. (ver Salmo 110:1; Mr. 16:19; Hch. 3:21). Dice Romanos 8:34: "¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". (Ver 1 Co. 15:25-28; Col. 3:1-4;1 Ti. 2:5; He. 10:12,13). Por lo tanto, recién en la hora en que los suyos seamos transformados y resucitados venciendo al último enemigo, es el momento en que conste haber dejado la diestra del Padre para venir como Dios y hombre en gloria y majestad, para dar retribución. Hasta esa hora, la puerta de la gracia está abierta debido a la presencia del Cordero expiatorio en el Santísimo. El es Sumo Sacerdote para siempre. (He. 7:21). Aún durante la Gran Tribulación muchos lavarán sus vestiduras espirituales en la sangre del Cordero (Ap. 7:14).
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