SU CONCEPCIÓN VIRGINAL, SU VIDA SIN PECADO Y SU MUERTE EXPIATORIA

   
 


 

 

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XV

 

SU CONCEPCIÓN VIRGINAL,

SU VIDA SIN PECADO Y SU

MUERTE EXPIATORIA

 

 

 


Quién aplastaría la cabeza de la serpiente había de ser la simiente de la mujer.[1] El profeta Isaías había profetizado:"... He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel" (7:1). El apóstol Mateo y también Lucas registraron tal acontecimiento histórico cumplido en Cristo Jesús. También la tradición lo hizo legendario recogiéndose en los evangelios apócrifos. Nadie vivió como Jesús, nadie resucitó como Jesús, así tampoco nadie fue concebido, históricamente, como Jesús. "Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo" (Mt. 1:18); "...Lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es", dijo el ángel a José, hijo de David, en sueños (1:20). "31Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. 32Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su Padre; 33y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. 34Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. 35Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios... 37porque nada hay imposible para Dios" (Lucas 1:31‑35,37). La Virgen María fue, pues, Su Madre concibiendo en su vientre del Espíritu Santo que procede del Padre; el Santo Ser que nació es el Hijo de Dios. El Verbo se hizo carne asumiendo humanidad en el vientre de la Virgen María, que le concibió por el Poder del Altísimo. Ella, y también José su marido, eran descendientes de la familia de David, de la tribu de Judá y de la Simiente de Abraham, a quienes Dios había prometido que de su simiente se levantaría el Cristo.

De Israel "... son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas los cosas, bendito por los siglos" (Ro. 9:5).

Dios cumple en Cristo sus promesas a David y a Abraham; provee además al Cordero expiatorio, al Profeta esperado, al Sacerdote según el orden de Melquisedec, al Rey de Israel para siempre, al Redentor de la humanidad.

"Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne" (Ro. 8:3).

"4Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido balo la ley, 5para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos" (Gá. 4:4,5).

"8Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; 9y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; 10y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec" (He. 5:8‑10). Por lo cual dijo Jesucristo: "y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad" (Jn. 17:19).


Este Santo Ser, Dios y Hombre verdadero, llegó a ser tentado en todo conforme a nuestra semejanza, PERO SIN PECA­DO.[2] No debemos pensar que por ser el Verbo de Dios, no sufrió tentaciones; al contrario, puesto que fue un hombre verdadero, en todo semejante a nosotros, pero sin haber pecado, fue tentado de la misma manera, exactamente como también nosotros los demás hombres somos tentados. Él padeció también siendo tentado y "Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (He. 2:18).

"Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compa­decerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" He. 4:15). Es de suma importancia reconocer que el Señor Jesús, a pesar de ser en todo un hombre verdadero y a pesar de haber sido tentado en todo conforme a nuestra semejanza, NO PECÓ; "tentado en todo conforme a nuestra semejanza PERO SIN PECADO" (He. 4:15). El apóstol Juan dice: "Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y NO HAY PECADO EN ÉL" (1 Jn 3:5); como se dice en la carta a los Romanos: "...condenó al pecado en la carne" (8:3). De esto testificó Dios mismo, además de Sus apóstoles, incluido Judas Iscariote, que se suicidó por remordimiento, confesando que vendió sangre inocente..[3] También Pilato, que le mandó crucificar por instigación de los judíos, se lavó las manos confesando que no hallaba delito alguno en Él. El Cordero debía ser examinado y hallado sin defecto.


Juan el bautista le bautizó, no porque Él hubiera pecado, mas Cristo mostraba así el principio de sujeción, de muerte a Sí mismo y dedicación a la voluntad del Padre, para hacer la cual le fue preparado cuerpo, además se identificaba con nosotros los pecadores para llevarnos sobre Sí, y nuestros pecados.172 Dios habló por Isaías acerca de El: “...Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca” (53:9). Con esa confianza Yahveh lo prefiguró en el Cordero sin defecto, y venido el tiempo, el Padre lo identificó y testificó de Él: "ESTE ES MI HIJO AMADO EN EL CUAL TENGO COMPLACENCIA".173 De manera que todo lo que vemos en la vida de Cristo es la perfecta expresión de la voluntad de Dios, el cual le resucitó conforme al Espíritu de Santidad, dando fe a todos acerca de Él como el Hijo de Dios. Debía en todo ser sin defecto, el Varón perfecto, para ser así la expiación apropiada. De haber pecado Él, hubiera muerto por su propio pecado; mas siendo un Cordero inocente, sin mácula ni contaminación, Dios y Hombre verdadero, podía ser ofrecido por el pecado de Su pueblo, y por el mundo entero.

Qué tremendas palabras estas de Jesucristo: "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?".174 En uno de los fragmentos que se han conservado del evangelio apócrifo a los Hebreos, hay este pasaje:

“La madre y los hermanos del Señor estaban diciéndole: Juan el Bautista bautiza para la remisión de los pecados; vayamos para que nos bautice. Pero él les dijo: ¿Cuál pecado he cometido, para que yo deba ir a él y me bautice? a menos que esto mismo que les acabo de decir, lo haya dicho yo por ignorancia”.

Tenemos, pues, el testimonio de Dios mismo, el de sus apóstoles y aun el de la tradición.

Este Señor nuestro Jesucristo fue Aquel quien murió por nuestros pecados. Fue crucificado y traspasado sufriendo realmente nuestros dolores. Su sangre fue derramada y Su vida, hasta la muerte como propiciación, como expiación por el pecado. En Él cargó Yahveh el pecado de todos nosotros, y fue hecho pecado por nosotros para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él.175 Fue sepultado y en espíritu fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que una vez desobedecieron cuando se preparaba el Arca en los días de Noé, antes del Diluvio.176 Su alma no fue dejada en el Hades.177 ni su carne vio corrupción,178 sino que al tercer día RESUCITÓ CORPORALMEN­TE.179



[1]Génesis 3:15.

[2]Cfr. Hebreos 4:15.

[3]Cfr. Mateo 27:4,5. 172Cfr. Hebreo 10:5‑9. 173Cfr. Mateo 17:5.

174Juan 8:46.

175Cfr. 2 Corintios 5:21. 1761 Pedro 3:18‑20. 177Hechos 2:31. 178Id.

179Consideraciones más exhaustivas del autor al respecto de la muerte de Cristo, pueden verse en su obra “Provisiones de la Cruz”.

 

 
 

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