EL PROPÓSITO DE DIOS

   
 


 

 

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EL PROPÓSITO DE DIOS



Cuando se construye una casa, después de colocarse los primeros fundamentos, se acostumbra dejar las guías que señalen hacia dónde debe continuar la construcción; asimismo, después de haber bosquejado brevemente hasta aquí, el fundamento cristiano sobre el que descansan las iglesias de los santos mientras peregrinan hacia la estatura del Varón Perfecto con miras al Reino eterno en la gloria de Dios, me ha parecido apropiado señalar las guías que muestran hacia dónde se dirige la construcción de la gran Casa de Dios; es decir, cuál es en definitiva el propósito de Dios hacia el cual apunta todo su operar. Enfocaremos, pues, esta consideración desde dos perspectivas: el propósito universal y el propósito individual; qué quiere Dios con todo el universo y qué desea para cada individuo, no importa la diversidad de su función.

Acudimos entonces primeramente a un importante pasaje paulino de su carta a los efesios (1:3-14), subrayando aquí las frases que a este respecto nos parecen claves: "3Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4según nos escogió en él antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, 6para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, 9dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, 10de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos como las que están en la tierra. 11En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, 12a fin de que seamos para alabanza de su gloria... 14la redención de la posesión adquirida para alabanza de su gloria" (Ef. 1:3-6, 9-12, 14c).

Leemos aquí, pues, que la voluntad de Dios, que era un misterio, se nos ha dado a conocer a los santos en Cristo revelándonos su propósito para con lo que está en los cielos y en la tierra; y ese Gran Propósito Divino para con el universo es: REUNIR TODAS LAS COSAS EN CRISTO. Hacia esto avanza todo el operar de Dios, quien se ha propuesto esto.

Desde la rebelión de Lucifer y sus huestes en el cielo, e incluyendo la rebelión del hombre desde el Edén, las cosas en el cielo y en la tierra no están todas en su debido lugar, sujetas a la obediencia del soberano Altísimo. Dios, pues, que conocía todo esto anticipadamente, lo ha ordenado de manera que ahora en Cristo Jesús todas las cosas sean reconocidas por Él o a Él sometidas. Es decir, que todas las cosas sean efectivamente reunidas en el Hijo de Dios. Dios quiere hacerle bodas a Su Hijo (Mt. 22:2); quiere que Él tenga la preeminencia en todo (Col. 1:16-20). Todo lo hizo por Él y para Él. El Hijo es el heredero de toda plenitud, por lo cual Éste se ha sentado a la diestra del Padre esperando que todos sus enemigos le sean puestos por estrado de Su pies.

Pero además, Dios quiere también que Su Hijo Unigénito sea también el Primogénito entre muchos hermanos semejantes a Él; con lo cual queda expresado el propósito para con cada hijo de Dios: llevarnos a la estatura de Cristo Jesús; conformarnos a la imagen de Su Hijo, como está escrito: "28Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien; esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. 29Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos" (Ro. 8:28,29).

De tal manera, la sabiduría de Dios es dada a conocer por medio de la Iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales "conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor'' (Ef. 3:10,11 ). Dios se propuso, pues, que resultemos adoptados hijos de Dios todos los que estamos en Cristo, viviendo en santidad e inmaculez delante de Él, “para alabanza de su gloria y de su gracia".

Desde la eternidad el Padre ha amado al Hijo y le ha dado todo; por medio de Él se expresa y quiere que todas las cosas le estén sujetas de manera que Él sea manifestado en todas ellas. Dios entonces ha llevado a la Cruz toda la vieja creación rebelde, para comenzar en la resurrección de Su Hijo una Nueva Creación fiel al Propósito Divino. El Hijo, a Su diestra, tiene, pues, el poder de sujetar a Sí mismo todas las cosas; por lo cual, habiendo enviado en Su nombre al Espíritu Santo con este propósito de glorificarle, entonces opera ahora mediante Su Cuerpo, la Iglesia, de la cual es Cabeza, trayendo, por Su virtud, a cada miembro, hacia la configuración en Su propia imagen; de modo que aun la naturaleza le sea entonces sujetada, para Él devolverlo todo al Padre en reconciliación, habiendo juzgado a los irredentos. Por todo lo cual, podemos ver al final la Ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén, teniendo la gloria de Dios, y asentada como Capital Universal del Reino de Dios, donde todas las cosas expresarán a Dios, dándonoslo a conocer en Cristo, vida sustentatriz y eterna. Conocer a Dios y a Cristo es la vida eterna (Jn. 17:3).

Lo urgente, pues, para colaborar con el propósito de Dios, es traerlo todo a la obediencia a Cristo, comenzando por nosotros mismos, área tras área, y de gloria en gloria, hasta fermentar toda la masa. Para lograr esto se nos ha concedido el Espíritu Santo, que nos participa el poder de la victoria de Cristo sobre Satán, la carne, el pecado, el mundo y la muerte, mediante la fe viva que nace de oír la Palabra de Dios, y que opera mediante el Amor.

La Iglesia, sujeta al Espíritu, es, pues, el vehículo de reconciliación que sostiene en el mundo la vanguardia del Propósito Divino, por el Espíritu Santo.

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Gino Iafrancesco V.
23 de abril a 5 de octubre de 1983
Paraguay

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