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Encarnación del Verbo Divino.-
Para revelarnos a Dios, y para salvarnos, el Verbo de Dios se hizo carne; en el evangelio según San Juan, en el verso catorce del capítulo uno, nos dice: “Y aquel Verbo se hizo carne (fue hecho carne) y habitó entre nosotros (en el original griego dice: tabernaculizó entre nosotros), y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
La encarnación es una de las grandes maravillas de las cosas que han sucedido en la historia del universo; es lo principal; si Dios no se hubiera encarnado, y no hubiera habido tampoco crucifixión, ni resurrección, no habría salvación para la humanidad; gracias a Dios que el Creador de todas las cosas, y Sustentador de ellas, también es el Redentor; y el Verbo de Dios, Aquel por medio de Quien el Padre creó todas las cosas, también se hizo carne.
En esta declaración acerca del Verbo de Dios, que es la Imagen de Dios, el Resplandor de Su gloria, la Sabiduría Divina, la expresión de Dios, el Hijo de Dios, el Verbo de Dios se hizo carne. Debemos detenernos en esta consideración. No dice la palabra del Señor que el Verbo de Dios descendió sobre una carne; es decir, como si hubiera una persona humana y una persona divina hubiera venido a morar dentro de esa persona humana, lo cual serían dos personas; ese fue el error que se atribuye en la historia a Nestorio, el “Nestorianismo”; no , no se trata de dos personas; se trata de que el Verbo de Dios, participante de la naturaleza divina, de la substancia divina, se hizo carne, fue hecho carne; es decir, tomó la naturaleza humana.
Aquí vemos el misterio de las dos naturalezas en la única persona del Señor Jesucristo; en cuanto Verbo de Dios, El es divinidad; pero en cuanto se hizo hombre, llegó a ser semejante a nosotros; entonces participa también de la naturaleza humana; la naturaleza divina y la naturaleza humana son propias de esta única persona que es el verbo de Dios encarnado, el Hijo de Dios, el Cristo.
En la carta de Pablo a los Filipenses, en el capítulo dos, se nos declara también algo muy estrechamente relacionado con lo que nos dice Juan 1; dice el verso 5: “Halla, pues, en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo hecho semejante a los hombres”; aquí vemos, pues, la encarnación del Señor; El, siendo en forma de Dios, o sea el Verbo de Dios, no estimó el ser igual a Dios como algo para aferrarse; es decir, era igual a Dios, pero no se aferró, sino que hizo exactamente lo contrario de lo que hizo Satán. El pecado de Satán fue una usurpación; él, sin ser Dios, pretendió ser semejante a Dios; en cambio, el Señor Jesús, el Verbo de Dios, siendo en forma de Dios, no se aferró a serlo, sino que se sometió a condiciones de siervo, tomó forma de siervo; El, en cuanto a divinidad, no era siervo; era Señor; pero tomó forma de siervo, semejante a los hombres; y no solamente se hizo carne; es decir, no solo asumió la corporalidad humana, sino que se hizo semejante a los hombres; nos lo dice filipenses; es decir, tomó íntegramente la naturaleza humana con espíritu, alma y cuerpo humanos.
El Verbo de Dios hecho carne, semejante a los hombres, para salvarnos.
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