|
|
|
|
|
|
|
|
LA PERSONA
Conocer Quién sea la Persona de Jesucristo es absolutamente fundamental, pues si no era Dios verdadero, ¿cómo entonces iba a revelarlo? y ¿cómo entonces sería justo su sacrificio por las ofensas a Dios? pues ya que fue el Señor el ofendido y Suyo el perdón, entonces el precio del perdón, el sacrificio, corresponde al que perdona; he allí Su amor; no corresponde justamente el sacrificio del perdón a un tercero no injuriado ni injuriador; mas corresponde, cual amor, a la abnegación del Injuriado, el cual es Dios. Fue Dios quien cargó con los "platos rotos" y la deuda; fue Él quien por amor y en Su gran paciencia, para ser justo, tuvo que tomar sobre Sí mismo el castigo de Su justa ira, lo cual fue la expiación. Perdonar sin sacrificio, es decir, sin la satisfacción por el pecado, sería injusto y libraría el universo a la anarquía. La Justicia debía ser mantenida y la satisfacción hecha; lo cual tan sólo podía hacerse de dos maneras: una, con el justo castigo del culpable; otra, con el sacrificio del Inocente injuriado, no de un tercero, pues sería injusticia contra ese tercero. En el conflicto entre Dios y el hombre no puede mediar un tercero. O por pecar el hombre, entonces el hombre debe morir, lo cual es perfectamente justo; o si no, Dios debe hacerse hombre, ser tentado, resultar victorioso e inocente, y entonces, con el sacrificio de Sí mismo, satisfacer las exigencias de la Justicia, muriendo como legítimo sustituto del hombre pecador.
Lo más noble fue que Dios mismo, el Injuriado, aceptó ser sustituto y se humilló por amor; mas tomó el sacrificio como carga propia en honor a Su dignidad. Su sacrificio mantuvo Su dignidad y Su autoridad. Desechar el hombre tal sacrificio significa la más horrenda injuria, pues afrenta directamente lo más sacro del corazón Divino, Su Espíritu de Gracia. Así, pues, que la Persona del sacrificio perfecto no podía ser menos que Dios mismo. Jesús mismo declaró la importancia de reconocer correctamente Su Persona. Perdonar sin sacrificio hubiera sido hollar Su propia dignidad y el honor de Su naturaleza inmutable; además hubiera sido abdicar del gobierno de su creación; hubiera sido casi como dejar de ser Dios, la Suprema Autoridad; pero que Dios es la suprema autoridad es una realidad inmutable, inconmovible e ineludible; es la realidad misma; otra cosa no sería realidad.
Jesús, pues, para llevar a cabo Su obra de reconciliación de todas las cosas, y Su obra de realizar en su plenitud a todas ellas, debe, pues, revelamos a la Deidad y requerir que sea reconocida la identidad auténtica de Su Persona. Sin tal reconocimiento no puede el hombre colocarse en el fundamento de salvación, pues fuera de éste quedará librado a su propia locura, al delirio de su caída y a la acción de la muerte destructora y denigrante. Urge, pues, conocer espiritualmente a Jesús, y así identificarlo. Él mismo, cuando preguntó a sus discípulos acerca de quién decían los hombres que era Él, y cuando escuchó de Pedro la confesión: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente", entonces añadió que sobre esa Roca edificaría a Su Iglesia. Pedro fue hecho una piedra para ser edificado sobre Cristo cuando gracias a una revelación del Padre, conoció y confesó a Jesús como el Cristo y como el Hijo del Dios viviente (Mt. 16:13-18). Nadie podrá ser edificado sin esta misma confesión revelada que salió de los labios de Pedro respecto de Jesús; a saber, que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
¿Quién es, pues, el Cristo? ¿Quién es el Hijo del Dios viviente? ¿Qué naturalezas hay en Él? Cuando pregunto ahora "qué" es porque se pregunta por Su naturaleza divina y por Su naturaleza humana. Sus naturalezas, la divina y la humana, son los dos irreductibles "qué" de Su único "Quién", la Persona. La categoría de "naturaleza" difiere de la categoría de "persona". La naturaleza es un "qué"; la persona es un "quién". La naturaleza (o las) de la persona, es (o son) el "qué del quién". En el único caso del "Quién" de Jesucristo, un Quién único, este es el Verbo de Dios hecho carne; en cuanto Verbo Divino participa de la naturaleza divina; es la Palabra y la sabiduría divina, la imagen del Dios invisible, es decir, del Padre; el Verbo es el resplandor de la gloria divina, y como tal participa de Su substancia esencial, siendo la imagen subsistente y de esencia divina de la subsistencia o hipóstasis de Dios el Padre (Jn. 1:2; Col, 1:15; 2 Co. 4:4; He. l:1-3). De manera que el Verbo es Igual al Padre (Fil. 2:6).
Cuando Dios, el Padre, se conoce a Sí mismo, se conoce con un Conocimiento que es igual a Sí mismo, por el cual se expresa tan perfectamente como Él es; por lo tanto, Su Verbo es la Palabra que le contiene en la plenitud de Su atributo, con la que Se conoce y por la que se revela, siendo tal Imagen y Expresión de Sí igual y consubstancial a Él, Dios con Él, idéntico en esencia, mas distinto en Persona, pues una persona es el Padre que conoce, y al conocer eternamente engendra inmanentemente desde la eternidad a Su Conocimiento sin principio; otra Persona es, pues, el Conocimiento del Padre que es de Este Invisible, la imagen, subsistente cual perfecta reproducción personal, Persona igual en la misma esencia divina; Conocimiento perfectísimo de Dios que subsistiendo en la esencia divina como tal es el Verbo que acompaña desde la eternidad al Padre que con Él se conoce y por Él se expresa. Sí, este Conocimiento que Dios tiene de la plenitud de Sí y de todas las cosas, es la Persona del Verbo que le está próxima, sí, delante de Sí como en la pantalla de Su mente, a Quien el Padre participa el todo de Su naturaleza substancial y esencialmente divina. Este Verbo es, pues, el Hijo del Dios viviente con Quien el Padre participa en un amor común que es tan divinamente grande y pleno que al expirarse es tan pleno como Sí mismo, tan pleno como el Padre y el Hijo que se conocen y aman dándose mutuamente y totalmente, de manera que ese Divino Amor que procede del Padre y es correspondido por el Hijo, es idéntico en naturaleza a la Divinidad, pues subsiste cual el amor mismo de esta Divinidad en cuanto expirado, y expirado a plenitud de Dios y cual Dios mismo que se da, y es por lo tanto la Persona subsistente del Espíritu Santo, co-partícipe con el Padre y el Hijo de la única esencia divina así constituida desde la eternidad sin principio, siendo, pues, Dios uno solo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Ahora bien, aquel Verbo de Dios, el unigénito del Padre, el Hijo, se hizo carne, semejante a los hombres (Jn. 1:14; Fil. 2:7), idéntico también a nosotros en naturaleza, y tentado en todo conforme a nuestra semejanza, pero sin pecado (He. 4:15), pues, al contrario de nosotros, venció al pecado en la carne y lo condenó (Ro. 8:3) sin permitir que el príncipe de este mundo, el maligno, tuviese nada en Él, y así entonces lo juzgó (Jn. 14:30; 16:11; 12:31); y entonces, como Hijo del Hombre, y por el hecho de serlo, recibió la facultad de juzgar al mundo (Jn. 5:19-27). Así, pues, Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, es decir, la imagen del Dios invisible, el Hijo único, el Verbo, el unigénito Dios (Jn. 1:18, según el original griego), es, en cuanto Verbo: Dios; y en cuanto Verbo encarnado desde el vientre de la virgen María: Hombre verdadero, sí, con espíritu, alma y cuerpo absolutamente humanos; Hombre además lleno del Espíritu Santo (Hch. 10:38); por lo tanto: Salvador y Redentor, Maestro y Revelación, Abogado y Juez, Señor y Rey. Esta es la Persona: Jesucristo el Señor.
|
|
|
Hoy habia 353564 visiteurs¡Aqui en esta página!
|
|
|
|
|
|
|
|