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Gracia, amor y comunión.-
Al final de la segunda carta de Pablo a los corintios, en el capítulo 13, verso 14, leemos: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo, sean con todos vosotros, amén."
Vemos que el apóstol hace mención del Hijo, del Señor Jesucristo, hace mención del Padre, de Dios, y hace mención del Espíritu Santo, y relaciona la gracia al Señor Jesucristo, el amor a Dios el Padre, y la comunión al Espíritu Santo. Es precioso que en este pasaje el apóstol nos está hablando de una relación que tenemos con Dios, y que Dios tiene para con nosotros, y que es una relación experimental.
El apóstol aquí no está precisamente tan solo teologando o filosofando acerca de Dios, sino que él nos está acercando a Dios mismo, y no solamente a nuestro entendimiento, sino a todo nuestro ser; dice: "la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros". El apóstol está deseando aquí que nosotros conozcamos a Dios mismo, y no solamente acerca de Él por estudio teológico, lo cual también tiene su lugar; pero El quiere que conozcamos a Dios por la experiencia de la fe; conocemos al Señor Jesucristo por la experiencia de la gracia recibida por fe, conocemos a Dios nuestro Padre por la experiencia de Su amor en el cual realmente creemos, conocemos Su Espíritu por la experiencia de la comunión del Espíritu.
Dios mismo es amor, Dios es también luz; y el amor de Dios, la realidad de Dios, se nos revela a través de Su Hijo Jesucristo. Antiguamente, dice Juan, la Ley vino por medio de Moisés; pero la gracia y la verdad, o como se podría traducir mucho mejor aleteia, la realidad, vinieron por medio de Jesucristo; Jesucristo nos trae la gracia y la realidad de Dios; en Jesucristo conocemos a Dios con nuestro espíritu; no solamente tenemos ideas acerca de Dios, las cuales también tenemos que tener, pero le conocemos a El mismo por contacto directo, porque la gracia de Dios nos alcanza, el amor de Dios nos alcanza y experimentamos la comunión del Espíritu.
Vemos, pues, que es una intención de Dios, desde antes de la fundación del mundo, y desde la eternidad, compartirse; por eso El debe revelarse, darse y fluir hacia nosotros de manera que le experimentemos y le conozcamos por experiencia.
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