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ISAGOGIA DE QOHELET.
El libro sagrado de “Eclesiastés” es de especial significado para mí, y le guardo un profundo aprecio, y gran gratitud a Dios por él, pues el Espíritu Santo lo utilizó conmigo de manera especial para preparar mi corazón para la evangelización, cuando era un estudiante de psicología, y me atosigaba con los libros de Freud, Nietzsche, Sartre y demás. Tengo la experiencia espiritual de haber sido tocado por Dios mientras estudiaba atentamente este libro. Aró la tierra en cuanto me despojaba de las falsas ilusiones humanistas con que nos engañamos a nosotros mismos debajo del sol; y tornó mi corazón hacia la búsqueda de Dios mismo.
“Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aun esto era aflicción de espíritu. Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor…/…Después volví yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del rey? Nada, sino lo que ha sido hecho. Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas. El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo que un mismo suceso acontecerá al uno como al otro. Entonces dije yo en mi corazón: como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora para hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad. Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio…/…Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría? Esto también es vanidad…/…Porque ¿qué más tiene el sabio que el necio?.../…Respecto de lo que es, ya ha mucho que tiene nombre, y se sabe que es hombre y que no puede contender con Aquel que es más poderoso que él…/…Yo, pues, dediqué mi corazón a conocer sabiduría, y a ver la faena que se hace sobre la tierra (porque hay quien ni de noche ni de día ve sueño en sus ojos); y he visto todas las obras de Dios, que el hombre no puede alcanzar la obra que debajo del sol se hace; por mucho que trabaje el hombre buscándola, no la hallará; aunque diga el sabio que la conoce, no por eso podrá alcanzarla. Ciertamente he dado mi corazón a todas estas cosas, para declarar todo esto: que los justos y los sabios están en la mano de Dios…/…Me volví y vi debajo del sol, que no es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos…/…Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ecl.1:17, 18; 2:12-16, 19; 6:8ª,10; 8:16, 17; 9:1ª, 11; 12:12-14). Y esto, por ahora, solo respecto de la sabiduría debajo del sol, sin lo relativo a muchas otras cosas.
Gracias a Dios que la moneda tiene dos caras: Si por una cara dice: “Vanidad de vanidades”, por la otra dice: “Cantar de los cantares”. Y el estilo y uso de las palabras es del mismo autor, como veremos; “Cantar de los cantares, el cual es de Salomón” (Cant.1:1); y una misma la inspiración y complementación dentro del contexto general de la revelación divina. A pesar de algunos cuestionamientos subjetivos aislados, el Eclesiastés ha sido reconocido tradicionalmente por el Judaísmo y por el Cristianismo como parte de las Escrituras Sagradas. El Señor Jesucristo, con su declaración general de que la Escritura no puede ser quebrantada (Jn.10:35b), incluye al Eclesiastés bajo Su cobertura. Lo mismo hace el Espíritu Santo con las declaraciones apostólicas (Rom.3:1, 2; 2Tim.3:16, 17). El hecho de que el Libro del Eclesiastés pertenezca al Canon de las Sagradas Escrituras inspiradas por Dios, tiene muchas implicaciones, no percibidas por el espíritu de escepticismo destilado sutilmente, y no tanto, por el modernismo liberal que se expande como un cáncer, arrastrando a la inconsecuencia y sus derivados nefastos. Por eso es necesario “cortar por lo sano”. Para el creyente en la inspiración de las Sagradas Escrituras, lo consecuente es atender cuidadosamente las declaraciones internas de ella misma. La hermenéutica debe ser acorde a la hermenéutica revelada intrínseca. En el juicio crítico acerca de cualquier documento, se debe presumir su autenticidad, hasta que no se demuestre fehacientemente lo contrario, habiendo oído con atención todas las ponderaciones y examinándolas exhaustivamente.
El Eclesiastés, al igual que todas las demás Sagradas Escrituras, ha sufrido el ataque inmisericorde del modernismo liberal corrosivo y escéptico. Su verdadera base, la de los ataques, es la sin razón de su antipatía incrédula, vestida de aparente racionalidad; pero ese tipo de crítica ha sido, a su vez, sometida también a la crítica, como corresponde en todo juicio, y ha resultado falsa y nula, dejando a la tradición impertérrida, y sin razones para inmutarse. Según la evidencia interna, la autoría se atribuye a Qohelet ben David, rey en Jerusalem (1:1): “Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén”. “Yo el Predicador fui rey sobre Israel en Jerusalén. Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo…Miré todas las cosas que se hacen debajo del sol; …Hablé en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mi en Jerusalén; …y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría,…Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes…Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cual fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida. Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y de cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno…Después volví yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del rey?” (1:12, 13ª, 14ª, 16ª, 17ª; 2:1ª, 3-10ª, 12ª). Y así continúa en primera persona, dándonos testimonio de su propia vida privilegiada de rey sabio hijo de David, con la intención manifiesta de ver y enseñar cuál fuese el bien de los hijos de los hombres en el cual ocuparse por el resto de la vida en la tierra. Primero se dedicó a la sabiduría, y entonces también a los placeres y a las riquezas, volviendo luego con reflexiones a la sabiduría, habiendo examinando los desvaríos y la necedad. “He visto…, Entonces dije yo en mi corazón…, Aborrecí, por tanto, la vida…, Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho debajo del sol,…Volvió, por tanto, a desesperanzarse mi corazón acerca de todo el trabajo en que me afané, y en que había ocupado debajo del sol mi sabiduría…Yo he visto…, Yo he conocido…He entendido…Vi más debajo del sol…y dije en mi corazón: al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y todo lo que se hace. Dije en mi corazón: es así, por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los pruebe, y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias… ¿Quién sabe…? Así, pues, he visto…Me volví y vi…Y alabé yo a los finados…He visto asimismo que…Yo me volví otra vez, y vi…Vi….Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras. (Como también aprendió al final el sabio Job a cerrar la boca)…Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque Él no se complace en los insensatos.” (3:10ª, 12ª, 14ª, 16ª, 17, 18, 21ª, 22ª; 4:1ª, 2a, 3ª, 7ª; 5:1, 2, 4ª; Job 42:1-6). Con su volverse constante y progresivo, este rey sabio, hijo de David, y rey sobre todo Israel en Jerusalén, redescubre a Dios. Y por eso entonces aconseja, y por eso entonces continúa en los capítulos 5, 6 y 7 del Eclesiastés, con una serie de proverbios semejantes a los del Libro de los Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel (Prov.1:1ss). Ahora habla con inmenso realismo de lo que aprendió en el parto; tanto de la vanidad de la vida debajo del sol, como de la parte del bien debajo de ella, como también del sentido trascendente de la vida en Dios mismo. “Respecto de lo que es, ya ha mucho que tiene nombre, y se sabe que es hombre y que no puede contender con Aquel que es más poderoso que él” (6:10); “Mira la obra de Dios…” (7:13ª); “He aquí que esto he hallado, dice el Predicador, pesando las cosas una por una para hallar la razón…He aquí, solamente esto he hallado: Que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (7:27, 29). Y aquí el autor habla a la vez de sí mismo, tanto en primera como en tercera persona: he hallado; dice el Predicador; he aquí esto he hallado. Y sigue concluyendo: “Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia; y que no le irá bien al impío, ni le serán prolongados los días, que son como sombra; por cuanto no teme delante de la presencia de Dios” (8:12, 13). Y terminando el capítulo 9, y a lo largo del 10, vuelve al tipo de proverbios semejante al del Libro de los Proverbios de Salomón, como lo venía haciendo en los capítulos 5, 6 y 7; y ahora en el capítulo 11 vuelve a los consejos, también semejantes a los de aquel Libro. Concluye, pues, con la tercera persona, que ya había introducido antes, definida e indefinida, el Predicador, un Pastor, alternándola con la primera literariamente, tal como lo hacemos muchos autores; yo mismo varias veces; “Ahora, pues, hijo mío…Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque este es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (12:12ª, 13, 14). Y el mismo Libro asemeja el Eclesiastés a los Proverbios: “Cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios” (12:9).
Cantares, Proverbios y Eclesiastés comienzan de manera similar, pero con contenido progresivo: “Cantar de los cantares, el cual es de Salomón” (1:1). “Los Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel” (1:1). “Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén” (1:1). Podríamos considerar a Cantares un Libro con los bríos de la juventud; a Proverbios un Libro de madurez; y a Eclesiastés un Libro de ancianidad. En Cantares el amor es más importante que el reinado, y en el inicio no se menciona el reinado, aunque en el interior sí; el nombre de Salomón es más importante que el título de rey. En Proverbios el nombre de Salomón se une al de su padre David y al título de rey, conforme a la majestad del apogeo. En Eclesiastés, conforme al espíritu íntimo del libro, aunque el autor se identifica como hijo de David y rey en Jerusalem, como también (v.12) rey sobre Israel, no obstante, prefiere ahora en la ancianidad, ya vuelto de sus andanzas vanas, ocultar humildemente el nombre tras la mera identidad del oficio de asambleísta congregador, lo cual se entiende del título Qohelet, traducido al griego en la Septuaginta como Eclesiastés. De la misma manera que Billy Graham, cuando fue convidado a lanzarse para la presidencia de los Estados Unidos, no se rebajaría de su condición de predicador para ser apenas presidente de la república. Es mejor la humildad del púlpito que la vanidad que rodea al trono. También Jacob, en su ancianidad, actuó de manera humilde y digna ante el faraón; como bien lo resalta Watchman Nee To Sheng en su libro “Transformados a Su semejanza”.
Qohelet es una palabra que proviene de Qahal, la cual última significa: asamblea, congregación, grupo, en cuanto sustantivo de origen; en cuanto verbo nominativo, diferenciado del anterior por las señales masoréticas vocales, significa: convocar reunión. Otras palabras derivadas de la misma raíz son: Qehilâ (que también significa asamblea o congregación), como igualmente: Maqhël. La Septuaginta traduce el verbo hebreo Qahal al griego Ekkaleö. Por eso también asamblea se traduce iglesia, de ekklesía; y por tanto, Eclesiastés de Qohelet. Pero la Septuaginta también traduce en varias ocasiones Qahal por: Sinagoga; por lo tanto, podría incluir también: Sínodo. A su vez, Qahal provendría del verbo Qôl: hablar, como aparece principalmente en Ezequiel y en los Documentos del Qumram. La terminación de Qohelet es femenina, como también sucede en castellano con nombres femeninos de extracción masculina, tales como Amparo, Socorro, Pilar, etc. Así Qohelet puede decirse en castellano: asambleísta, con terminación en “a” como los femeninos, pero aplicable a los dos géneros. Viendo, pues, todas las aplicaciones raizales, no está equivocado que algunas traducciones traduzcan Qohelet por Predicador. Y a veces un nombre común se torna propio. Por lo cual, el Midrás Qohelet Rabbah habla de los tres nombres del hijo de David, rey de Israel en Jerusalem: Salomón, Jedidías y Qohelet (QoR.I:1.3.1.2). Es interesante notar que aunque la terminación hebrea de la palabra Qohelet tiene visos femeninos, no obstante, en el hebreo bíblico generalmente se conjuga con verbos en forma masculina, con apenas una excepción en Eclesiastés 7:27, que algunos sospechan ser quizás una separación equivocada de palabras. (Véase Jack P. Lewis de Memphis, en DITAT; J. Y. Campbell, “Orígen y significado del uso cristiano de la palabra “iglesia” ”; Nils A. Dahl de Darmstadt, “Das Volk Gottes”; F. Zimmerman, “La Raíz “qahal” en algunos pasajes de la Escritura”).
El texto arriba referido del Midrás Qohelet Rabbah es el siguiente: “Se le llama de tres formas: Yedidías, Salomón y Qohelet. Rabí Yehosúa ben Leví sostenía en cambio que de siete: Agur, Yaqué, Lemuel, Itiel, más los tres mencionados son siete. Rabí Samuel bar Najmán decía a su vez que, en principio, los auténticos son tres: Yedidías, Salomón y Qohélet; admitía, sin embargo, los otros cuatro, siempre que se entendieran como apodo de Salomón, y que fueran dados con la intención de ser interpretados: Agur, porque había acumulado palabras de la Torá; Yaqué, porque vomitaba su discurso, como un cuenco que primero se llena y después se vacía; así Salomón aprendió la Torá primero para olvidarla después; Lemuel, porque habló contra Dios en su corazón al decir: yo puedo aumentar el número de mujeres sin pecar; Itiel, porque dijo: Dios está conmigo, así que puedo”. (Traducción castellana de la filóloga complutense Dra. Carmen Motos, del Midrás Qohelet Rabbah, publicado por la Biblioteca Midrásica, N.22, Navarra 2001). Las opiniones de los rabíes Yehosúa ben Leví y Samuel ben Najmán, de ser siete los nombres de Salomón, no me parece plausible, pues Agur ben Jaqué, Itiel I, Itiel II, Ucal y Lemuel (Prov.30:1; 31:1), son nombres de diferentes personajes: el primero, un sabio profeta; y el último, un rey; y los tres intermedios, los destinatarios de la profecía del primero mencionado. Salomón no solamente escribía, sino que también recopilaba la sapiencia de otros sabios (Prov.24:23; Ecl.12:9-11). Además, muchos de los Proverbios de Salomón, y de los que él recopilaba, fueron a su vez copiados en días del rey Ezequías de Judá (Prov.25:1). Los varones de Ezequías editaron, pues, tales colecciones, como también los Salmos davídicos y los Salmos asáficos (2Cr.29:30).
Sirva de glosa al margen en este momento, la llamada de atención acerca de que toda esta labor escrituraria y editorial de David, Asaf, Salomón, Ezequías y sus varones, incorpora el trasfondo mosaico, como pudo verse, por ejemplo en este escrito, en las alusiones de Salomón a los mandamientos de Dios, al igual que a la Ley en los Salmos; lo cual refuta las hipótesis documentarias de tipo wellhausiano. (Al respecto, véanse de este mismo autor Gino Iafrancesco V., los libros: “Aproximación a Crónicas”, “Preliminares a una exégesis cosmogónica” y “Al Principio”). Los asuntos filológicos se verán, Dios mediante, más adelante. Retomando el asunto de los nombres de Salomón según el Midrás Qohelet Rabbah, el autor mismo anónimo del mencionado midrás, apenas parece reconocer tres: Jedidías, Salomón y Qohelet. El último aparece alguna vez en hebreo con artículo, rebajándolo de la categoría de nombre propio a mero título; aunque también ya dije que a veces nombres comunes se tornan propios.
Examinando, pues, la evidencia interna, en lo que respecta a lo dicho por el mismo texto inspirado del Eclesiastés, su autor es Salomón Jedidías Qohelet, hijo de David, y rey de Israel en Jerusalem. Ciertamente que en el caso de libros judaicos no inspirados, y otros, algunas veces el autor asume un nombre que no es el propio, sino el de algún héroe bíblico; pero ese no puede ser el caso en un libro verdaderamente inspirado por el Espíritu Santo, según es el caso de Eclesiastés, de acuerdo a la enseñanza del Señor Jesús y sus apóstoles, pues se le estarían atribuyendo mentiras al Santo Espíritu. El autor de Eclesiastés fue hijo de David, rey de Israel en Jerusalem. La expresión simple “hijo de David”, ciertamente puede aplicarse no solamente a Salomón, sino también a otros hijos y nietos y descendientes de David, etc; pero la expresión “rey de Israel” solamente se puede aplicar a Saul, Is-Boset, David y Salomón, que fueron los únicos reyes de Israel que reinaron sobre las doce tribus. Pero como Saul e Is-Boset no fueron hijos de David, entonces solamente nos queda Salomón, que además fue rey de Israel en Jerusalem. Saul e Is-Boset no reinaron desde Jerusalem. El que Salomón diga que fue rey de Israel en Jerusalem, no significa que ya no lo sea cuando escribe, sino simplemente que lo ha sido, o que ha llegado a serlo.
Por otra parte, el hecho de que el autor de Qohelet haya dicho que fue engrandecido mucho más que los que fueron antes de él en Jerusalem, no significa necesariamente, como algunos sostienen, que el plural implica no ser Salomón el autor. Pero debemos tener en cuenta que antes de David, padre de Salomón, que se tomó la ciudad por mano de Joab, ya existieron reyes jebuseos en la ciudad anteriores a David y a la toma de Joab, los cuales también son aludidos en el plural; igualmente debemos incluir a Melquisedec, figura de Cristo. Además, cuando Salomón se refiere a que fue engrandecido más que los que fueron antes de él en Jerusalem, no dice necesariamente que fueron reyes antes de él en Jerusalem, sino simplemente que fueron en Jerusalem antes de él, no necesariamente reyes; por lo cual la frase puede también referirse a todos los que existieron o vivieron en Jerusalem antes de él, sin necesidad de haber sido reyes.
Las circunstancias reales que vivió Qohelet hijo de David rey de Israel en Jerusalem, fueron las típicas que vivió Salomón según lo dicho en otras de las Escrituras Sagradas que a él se refieren, como Reyes y Crónicas. No hay candidato mejor. Por lo tanto solo resta considerar los asuntos filológicos levantados imprudentemente por el modernismo escéptico liberal, refutados, no obstante, suficientemente por la erudición conservadora tradicional. Al igual que lo hasta aquí dicho, las consideraciones filológicas también constituyen evidencia interna.
Debemos tener en cuenta, dentro de las consideraciones filológicas, que ha existido una historia arqueológica de descubrimientos lingüísticos, posterior a las críticas apresuradas del modernismo liberal, especialmente de Cornill, Delitzsch, Driver y sus émulos, las cuales han sido acalladas por la evidencia documental. Supuestos neologismos en el Texto sagrado, se demostraron más bien ser arcaísmos semíticos comunes al hebreo, arameo, babilonio y ugarítico arcaicos. También el codearse salomónico con la cultura fenicia, que ya había rodeado a Hiram (y por supuesto también a Salomón), ha sido puesto de manifiesto especialmente por Mitchell Dahood, James Muillemberg y Margoliuth; de donde se ve que los supuestos arameísmos tardíos alegados, ya eran arcaicamente empleados en las inscripciones fenicias, como las de Eshmunazar y Tabnith. Además, Gleason Archer corrige algunas especulaciones de M. Dahhod, haciendo mucho más claro el contexto fenicio histórico arcaico. Los 97 términos que Franz Delitzsch, desde la supuesta autoridad únicamente de Cornill, alistaba como arameísmos post-exílicos, fueron fácilmente reducidos a una decena por Hengstemberg ya en su propia época, y mucho más por Robert Dick Wilson y Gleason Archer posteriormente ("Investigación científica del Antiguo Testamento" de Wilson, y "Reseña crítica de una introducción al Antiguo Testamento" y "Enciclopedia de dificultades bíblicas" de Archer, respectivamente). Y nadie puede dudar de la solvencia académica y filológica de estos expertos profesores especialistas en lenguas antiguas (Wilson en 45 lenguas, y Archer en 26). El tratamiento de Wilson sobre cada uno de los supuestos y alegados arameísmos tardíos es minucioso y contundente. Véase también al respecto su colección de artículos sobre el tema publicados en 1925 en la Revista Presbiteriana. Por otra parte, los términos salomónicos que reconoce E. Young en Cantar de los cantares, son los mismos que reconoce Archer en Qohelet. La discusión filológica modernista, que a su vez ha sido sometida también a la crítica, ha devuelto, desde la academia y la más reciente arqueología, la bandera de la vanguardia, irónicamente en los tiempos del post-modernismo, otra vez a la tradición judeo-cristiana más conservadora.
Gino Iafrancesco V., octubre de 2009, Bogotá D.C., Colombia.
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