PRIMICIAS: CRISTO RESUCITADO

   
 


 

 

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PRIMICIAS: CRISTO RESUCITADO


La fiesta de las primicias seguía íntimamente ligada a la de los ázimos, que seguía a la pascua. Las Primicias representan a Cristo Resucitado: "20Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho... 23Pero uno en su debido orden: Cristo, las primicias" (1 Co. 15:20,23b). ¡He allí, pues, lo relacionadamente prioritario! ¡Cristo ha resucitado corporalmente de los muertos y está vivo! ¡Y porque Él vive, nosotros también vivimos!

"Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Jn. 14:19b). Pascua: por Cristo perdonados; Ázimos: Por Cristo reconciliados y liberados; Primicias; por Cristo resucitados y regenerados. Vemos, pues, que estas tres fiestas iban juntas como en una gran fiesta, pues señalaban esos íntimamente relacionados aspectos de la obra redentora de Cristo: perdón, reconciliación y regeneración; liberación, justificación y santificación. Dios no quiere tan sólo perdonarnos; quiere también liberarnos, regenerarnos y entonces también resucitarnos plenamente, para lo cual resucitó corporalmente a Jesucristo, para que al participar nosotros de Él, seamos con Él glorificados. Dios apunta, pues, a nuestra resurrección y gloria junto a Él en Su Reino.

Por todo lo cual era necesario también que el Hijo del Hombre, aquel en quien se resume nuestra humanidad, fuese resucitado plenamente, es decir, no tan sólo en espíritu, sino incluido también el cuerpo. Tal resurrección, el milagro sumo dentro de la historia y el tiempo, de Jesús de Nazareth, el Cristo, es la respuesta exacta al problema del hombre: la muerte.

He allí el problema del hombre: ¡la muerte! Su caída es desintegración mortal; depravación, degeneración, degradación, enfermedad, locura, caos, descomposición, dolor, corrupción, y ¡muerte! Separación eterna de la fuente de la vida eterna, que es Dios. Es la muerte en todas sus etapas la maldición que encontramos por doquier, y que hace vanas todas las ansias humanas. Pecar es separarse de Dios; y separarse de Dios es morir. El relato del Génesis nos describe la caída del hombre: "17Mas del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás../.... 17Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. 18Espinos y cardos te producirá; y comerás plantas del campo. 19Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Gé. 2:17; 3:17-l9). He aquí hoy en nosotros y a nuestro alrededor el verdadero cumplimiento de esta sentencia verdadera dada al hombre, que locamente pretendió independizarse de Dios: ¡la muerte!

Pero no se nos dejó sin esperanza; he aquí que la Simiente de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente (Gé. 3:15); "He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y se llamará su nombre Emanuel" (Is. 7:14). Dios con nosotros, tomando humanidad de la mujer, la virgen María, aplastó la cabeza de la serpiente antigua, al instigador y emperador de la muerte. Por no pecar, Jesús no se separó del Padre, y tras su muerte por nosotros, Dios lo resucitó testificando de Su filiación y santidad; entonces nos lo dio por vida, resurrección y gloria. La resurrección fue, pues, la muerte de la muerte. En vivir por Su resurrección, en la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, consiste la libertad, la dignidad y la restauración; lo cual operando desde lo íntimo de nuestro espíritu ahora regenerado cual hijos de Dios, convierte nuestra alma y domina nuestro cuerpo, sujetándonos a la voluntad del Padre, en maravillosa alianza que nos da al Espíritu Santo cual primicias y anticipo, desde aquí en la tierra, creciendo en nosotros y fortaleciéndonos hasta la estatura que ocupará en el Reino venidero.

La resurrección de Jesucristo es, pues, ¡fundamento esencialísimo! Sin precursor no hay precursados. ¡Nos consta, pues, que Él resucitó! primero, por el testimonio cierto y válido del Espíritu Santo y de los testigos; y también, por el efecto de Su operación actual en nuestras vidas. Testigos de primera magnitud, tales son sus apóstoles como: Pedro, Juan, Santiago, Mateo, Judas Tadeo Lebeo, que comieron con Él después que resucitó de los muertos, de quienes cuyas palabras y escritos nos ha conservado la Providencia Divina; además, Pablo, también Silvano, Lucas, Marcos, y toda la pléyade de los que recibieron el testimonio directo de los mismos testigos oculares y escribieron, con lo cual se robusteció la tradición ininterrumpida hasta nuestros días. Los doce apóstoles y más de quinientos hermanos testificaron haberle visto vivo después de padecer; también Pablo, y no faltan testigos posteriores.

Testigos de Su operación actual son todos los cristianos verdaderamente regenerados, que por virtud de Él han sido liberados de una vida de pecado, y viven hoy en verdadera santidad.

Enfatizamos, pues, la perfecta y completa resurrección de Jesucristo.

Se nos hace necesario en nuestros días estar avisados contra ciertas personas que niegan la resurrección corporal del Señor; incluso religiosos. Por ejemplo, los russelistas para justificar una supuesta venida invisible de Cristo en 1914, "celestializada", niegan su resurrección corporal. Por esta causa nos detenemos en señalar como de capital importancia el reconocimiento de Su resurrección corporal.

Pablo escribía a los romanos: "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo" (Rm. 10:9). Se enfatiza la Persona y la obra. La salvación está implicada profundamente en lo relativo a la resurrección del Señor Jesús, pues, como dice Pablo, si Cristo no resucitó, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres (1 Co. 15:12-20).

Mas, Su resurrección es la que da sentido escatológico a toda nuestra vida.

En cuanto a que fue corporal Su resurrección, nos lo atestigua también Juan al referirse a su cuerpo en el siguiente pasaje: "20Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? 21Mas él hablaba del templo de su cuerpo. 22Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho" (Jn. 2:20-22). Y efectivamente, también Pedro, testificando de la resurrección, cita la Escritura: "26Y aún mi carne descansará en esperanza; 27porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción" (Salmo 16:9,10; Hch. 2:26,27). Y Pedro, en casa de Cornelio, con las llaves del Reino les abría también a los gentiles las puertas testificando:

"40A éste (a Jesús) levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; 41no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos" (Hch. 10:40,41). Es por la corporalidad de Su resurrección que también Lucas en tal contexto registra con todo detalle:

"36Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros.  37Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu.  38Pero él les dijo:  ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?  39Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.  40Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies.  41Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo:  ¿Tenéis aquí algo de comer?  42Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel.  43Y él lo tomó, y comió delante de ellos" (Lc. 24:36-43).

Juan narra además el incidente de Tomás, el cual fue expresamente invitado a meter su dedo en la marca de los clavos, y la mano en el costado abierto por la lanza del centurión (Jn. 20:24-29) Por eso el apóstol Juan hablaba de “lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos" (1 Jn. 1:1). Así que Jesús levantó en tres días su cuerpo, y su carne no vio corrupción, y resucitado así corporalmente comió y bebió, y fue visto y palpado por testigos que dieron su vida por esta aseveración. Entonces ascendió y Él mismo prometió volver. Y "si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tes. 4:14).

¡Jesús está, pues, vivo! ¡Tratemos con Él!

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