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I
LA IMPORTANCIA DE
CONOCER A CRISTO
Cualquiera que haya comenzado a conocer a Cristo, sabe que conocerle no es cosa de poca monta; sabe que, por el contrario, conocerle es algo de supremo valor. Empieza uno a descubrir que se ha embarcado en la más seria aventura, la más sublime, la más bienaventurada, y la más terrible; ¡nos compromete hasta el súmmum de nuestro ser total, y nos lo exige todo! Palidecemos a la simple sombra de Sus pies. Y perdóneme, por favor, el Señor por hablar de “simple sombra", pues hasta el lugar más escondido y recóndito del abismo se estremece de pavor por Su presencia; es la presencia de Su juicio, y nadie puede ignorarla; nadie puede ya más restarle su importancia; allí se ven las cosas desnudas, tal cual eran en la realidad. Pero esto es solamente para aquellos que rechazan Su insondable amor. Su Amor no puede describirse. La altura de Su Amor y la potencia de Su ira son insondables; desde aquí y ahora comienza el hombre a conocerles. Su amor y Su ira están fundidos juntos en la naturaleza de Su santidad. Pero Dios es grande en misericordia y lento para la ira. Glorioso es, pero también terrible, como dijera el salmista. La Pasión de Cristo es sacra; es la pasión por la voluntad del Padre, el celo de Su Nombre; la fidelidad purísima de la Deidad. ¡Conocerle es vida eterna! "Y ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios Verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3). "Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais" (Juan 8:19). "Y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27).
Conocer a Cristo es, pues, conocer a Dios. “...el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en Su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios y la vida eterna" (l Juan 5:20). Hablaba aquí el apóstol a los hijos de Dios. Aparte de éste Dios, lo demás es un abominable ídolo. En Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, y todas las riquezas de pleno entendimiento, que se alcanzan al conocer el misterio de Dios el Padre y de Cristo. Mediante el conocimiento de Dios en Cristo, recibimos del poder divino todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. He allí la razón por la que el apóstol Pablo estimó todas las cosas como pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, nuestro Señor, por amor del cual lo perdió todo y lo tuvo por basura para ganar a Cristo y ser hallado en Él, a fin de conocerle y el poder de Su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a Él en Su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de los muertos. Por la misma razón el apóstol oraba insistentemente "17para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, 18alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a la que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, 19y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, 20la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, 21sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; 22y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, 23la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef. 1:17-23).
Conocer a Cristo es, pues, de suma importancia y vital para todo hombre, pues es en Él donde se reúnen y explican todas las cosas, y es en Él donde todas las cosas hallan su destino y origen, su razón de ser. Y descubrir que la razón de todas las cosas anida en el seno de un Amor que quiere revelar su insondable gloria, es algo tan sorprendentemente maravilloso que deja anonadado a todo aquel que recibe la gracia de comenzar a ver las cosas como en realidad son. Es entonces cuando despertamos y somos anegados de un sentir inefable, pues “Dios, quien mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:6). ¡Conocerle es la consigna! Ignorarle significa la muerte, significa el caos, ¡es la oscuridad! "¿A quién iremos? Tú (Jesucristo) tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
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