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Vivificación y glorificación del cuerpo.-
Cuando en numerales anteriores consideramos el capítulo de la antropología cristiana, estuvimos viendo dentro de ella, la constitución tripartita del hombre en espíritu, en alma y en cuerpo. Luego, posteriormente, en otros numerales, consideramos también panorámicamente el capítulo de la hamartiología, el tratado del pecado; como la caída del hombre afectó al hombre en su espíritu, matándolo, en su alma, independizándola de Dios y convirtiéndola en el ego, y en el cuerpo, el cual llego a ser carne, operarando en él la ley del pecado y de la muerte.
Entonces, vimos como el Señor se hizo hombre, y entramos en el capítulo de la cristología y de la soteriología, la encarnación del Verbo de Dios para salvarnos, para llevar a la humanidad a plena realización, muriendo para destruir lo negativo, y resucitando para introducir lo nuevo, la nueva creación, lo positivo.
Pues, muy bien; en la obra de Dios, para salvarnos plenamente, está el perdón de los pecados, está la liberación del pecado, está la reconciliación con Dios, la limpieza de la mancha del pecado, la justificación, la santificación, la regeneración; eso tiene que ver con nuestro espíritu; y eso es para que el hombre sea liberado del juicio eterno, y para que tenga un nuevo comienzo, el cual es la regeneración; la regeneración tiene que ver, entonces, con la recuperación del espíritu del hombre.
Ahora bien, la renovación, la transformación y la configuración a la imagen de Cristo, que hemos estado viendo también, se refieren principalmente al tratamiento de Dios, ya no sólo con el espíritu del hombre, sino también con el alma del hombre, puesto que la caída del hombre afectó el espíritu, el alma y el cuerpo del hombre; entonces también la provisión de la gran salvación de Dios tiene que llegar al espíritu, al alma y al cuerpo del hombre.
Ahora llegamos, entonces, a ese tercer estadio: la salvación alcanzando también el cuerpo del hombre; no solamente el espíritu, ni solamente el alma, sino también el cuerpo del hombre. Primeramente, aún en esta vida, antes de ser transformados, y luego, siendo transformados a Su imagen y semejanza.
Vamos a leer un versículo en Romanos, en el capítulo ocho, y vamos a leer allí donde nos dice el verso treinta; en el veintinueve nos hablaba de la configuración a la imagen de Cristo; en el verso treinta se nos habla lo siguiente: “a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó”.
Aquí hay un expresión muy interesante; la expresión “glorificó”; ni siquiera dice “nos glorificará”; en Cristo Jesús, la humanidad ha sido glorificada; y ahora, al recibir a Cristo, y al asimilar a Cristo, vamos aplicando la naturaleza divina, y las victorias de Cristo, el suministro del Espíritu de Jesucristo, a nuestro espíritu, a nuestra alma y también a nuestro cuerpo; y como Cristo resucitó corporalmente, y fue glorificado, en Su glorificación la humanidad fue glorificada; y si el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús, mora en nosotros, también vivificará nuestros cuerpos mortales por su Espíritu.
Seguiremos en esta tónica, Dios mediante, en numerales sucesivos.
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