|
IDENTIFICANDO PRIORIDADES
En todas las cosas existe un orden de prioridades, descuidando el cual, corremos el riesgo de perdemos por las ramas y alienar el propósito de las cosas. Las cosas verdaderamente importantes no han sido dejadas a nuestro capricho; decimos con esto que las consecuencias de nuestras elecciones a las que nos avocamos, pesarán sobre nuestra cabeza y la de aquellos bajo nuestro radio de influencia, con un peso ineludible. Por todo esto es urgentísimo asumir las responsabilidades que se nos han concedido, siendo entendidos en el discernimiento de las prioridades, es decir, de aquellas cosas fundamentales que afectan nuestro ser y destino. Que nadie sea tan insensato como para suponer o esperar que escapará a las ineludibles consecuencias de sus elecciones. Es urgente que elijamos lo mejor, identifiquemos lo prioritario, y comencemos por lo verdaderamente importante y necesario, lo fundamental.
Todos los aspectos de la vida tienen sus puntos básicos, y entre aspectos y aspectos, existe gradación en los valores. No sin razón reprendía Jesús a los fariseos por colar severamente al mosquito a la par que tragaban los camellos (Mt. 23:23-26); y a Martha respondía que mientras ella se afanaba con muchas cosas, María su hermana había escogido la mejor parte, la única realmente necesaria, la cual no le sería quitada (Lc. 10:38-42). Y entonces a todos nosotros enseña a buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia (Mt. 6:25-34), avocado a lo cual, el apóstol Pablo, como perito arquitecto, coloca el fundamento indispensable (1 Co. 3:10-13) comenzando por aquello que provoca la salvación del hombre para la gloria de Dios, y nos señala al Hijo de Dios, Señor y Salvador, muerto por nuestros pecados y resucitado (Rm. 1:2-4; 10:8-13; 1 Co. 15:1-8; 2 Co. 4:5; 1 Tes. 1:9,10; 1 Ti. l:15; 3:16).
Todas las disciplinas son ramificaciones graduadas del gran tronco de la realidad, y ésta encuentra su sustento y significado solamente en Dios; por Él fue creado todo y para Él; por lo tanto, atender a Su Revelación es lo más sabio que podríamos hacer. Dios se ha revelado mediante Jesucristo.
Lo que hoy gozamos con inmensa gratitud, o lo que sufrimos como pesada carga, es resultado de lo que ayer apenas parecía una simple idea, una mera actitud. Y la historia ha rodado desde allí con todas sus cumbres y sus profundos valles, como resultado del espíritu de las ideas y de las acciones del pasado. La mediocridad de la indiferencia, la cobardía ante el compromiso, la ceguera del egoísmo cómodo y pasajero, son culpables del sufrimiento y la miseria de muchos; cosas que por la Santa Justicia de Dios, recaerán tarde o temprano sobre las hediondas fauces de los responsables; a cada uno su porción. ¡Ningún hombre escapará de sí mismo! Pero también, los errores de los atarantados y los delirios de los falsos mesías han hundido a la humanidad más y más en el dolor, la corrupción y la muerte.
Necesitamos por lo tanto volvernos a la Revelación; ¡es prioritario! ¡Sí, debemos volver a Dios por Jesucristo! Debemos ir directamente al grano y comenzar por el núcleo. Remendar las apariencias no hará sino engañarnos más. El hombre esta caído y es perverso; necesita regeneración, necesita a Cristo, necesita el vigor auténtico del auténtico Evangelio, necesita vivir por el Espíritu de Cristo y conocer a Dios; entonces amará, y amando se realizará. Pero para amar se necesita más que leyes y constituciones, más que buenas intenciones, pues el querer el bien está en el hombre, pero no el hacerlo; por eso se frustran sus más nobles propósitos y se corrompen sus conquistas.
El hombre necesita una resurrección, ayuda Divina y sobrenatural, necesita a Cristo, el Hijo de Dios, resucitado en la historia, vivo hoy, y vivificante. ¡He allí, pues, el Fundamento! Y hay que cavar profundo, pues por haber sido meramente nominales y superficiales las conversiones, no se ha aprovechado el sumo del Evangelio. ¡Cuánto lo necesitamos! ¡pero, qué máscara deforme hemos presentado!
|
|