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Conocer según el Espíritu.-
En la segunda carta del apóstol Pablo a los Corintios, en el capítulo cinco, versos catorce al diez y siete; leemos:
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y si aún a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
En estas palabras, el apóstol nos muestra un contraste de lo que es en la carne, y de lo que es en el Espíritu, de lo que era antes de conocer a Cristo, y de lo que es ahora que estamos en Cristo. El dice que si alguno es de Cristo, ha muerto con Cristo; por lo tanto, también ha resucitado con Cristo, y está posicionado en una nueva creación, está posicionado en la resurrección de Cristo.
La naturaleza caída opera en nuestra carne, pero la naturaleza divina participada a nosotros por el Espíritu de Cristo, opera en nuestro espíritu; por eso es que el apóstol nos dice: de manera que nosotros de aquí en adelante, desde que estamos en Cristo, desde que hemos muerto a la vieja creación, desde que estamos usufructuando el suplir por gracia del Espíritu de Jesucristo. Entonces nos dice allí: de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne.
Hay una manera de conocer según la carne. El apóstol Santiago nos habla de una sabiduría que es terrenal, que es animal y que es diabólica, en contraste con una sabiduría que es celestial, pacífica, pura y que proviene de lo alto. Esa es la sabiduría que proviene de la gracia; la sabiduría y la inteligencia que nos hace conocer el misterio de la voluntad de Dios, proveniente de la gracia divina.
Hay, pues, otra manera de conocer; a esa es a la cual somos invitados por Dios, y la cual es posible mediante la gracia en Jesucristo; conocer según el Espíritu, no según la carne.
Por eso el Señor decía en Juan 7:24, que no debemos juzgar por las apariencias, sino juzgar con justo juicio. Dios ve el corazón del hombre; en cambio el hombre ve lo que está a su vista. Recordemos el caso de David; cuando los hijos de Isaí fueron traídos delante de Samuel, ellos tenían apariencia, pero el Espíritu Santo no los confirmaba en el corazón de Samuel, hasta que vino David; ¿Por qué?, porque Dios conoce lo que está en el corazón del hombre; el hombre mira lo que está delante de sus ojos, y juzga por la carne. Por eso los hijos de Dios no son conocidos por el mundo.
En la primera carta de Juan, el capítulo tres, el verso dos nos dice: “Amados, ahora somos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”. ¿Por qué? Porque había dicho anteriormente: “El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él”.
Conozcamos, pues, a través del Espíritu, sin confiar en los juicios de nuestra propia mente natural.
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