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JUICIO ETERNO
Quizá sorprendería el hecho de que quien más habló en el Nuevo Testamento acerca del infierno haya sido nuestro Buen Salvador Jesucristo. Las consecuencias que sobrevendrán a la persona que resulte maldecida en una sentencia en el día del juicio serán horrendas e irreparables; por eso no es de extrañar que quien más ama nos amonesta para apartarnos del deslizadero al insondable abismo de perdición. La naturaleza moral del hombre implica un día en que rendiremos cuenta de nosotros mismos, enfrentándonos al ineludible efecto de nuestros caminos. Salomón, tras examinar implacablemente toda la obra que se hace debajo del sol, concluía:
"13Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. 14Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala" (Ec. 12:13,14).
Efectivamente, Dios "ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos" (Hch. 17:31), lo cual es lo mismo que escuchar al apóstol Pedro decir a los gentiles: "Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos" (Hch. 10:42). Ya Jehová había hablado por boca de Isaías: "Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua" (Is. 45:23). Y Enoc profetizaba: "14He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, 15para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él" (Jud. 14b-15).
La razón de nuestra estructura moral y de la responsabilidad de nuestra libertad halla su sentido en ese día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de todos los hombres (Ro. 2:16). Y si existe, pues, en nuestras conciencias la evidencia de un poder legislativo, de hecho, esto conlleva un poder judicial, un tribunal de juicio. No nos pertenecemos, pues no nos hemos hecho a nosotros mismos; ¿acaso alguno de nosotros toleraría que una obra de sus propias manos se levantara contra él intentando arruinar el propósito de su hechura? Es imposible a la simple criatura eludir realmente a su Creador; por eso se nos amonesta tiernamente a despertar del sueño y del delirio de nuestras ilusiones, para acatar con entendimiento la fiel realidad: Hay un solo Soberano y éste es Dios; ama, pero alejarse de Él no puede significar sino irreparable pérdida. Por un lado, El Señor ha prometido inefables recompensas a quienes le aman; por otro lado, ha preparado un lugar que corresponde en contraparte a los que le dejan: fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles, donde sus maldecidos encontrarán su lugar apropiado, en el que se hallarán a sí mismos merecedores de castigo eterno (Mt. 25:41). La revelación divina consignada en las Sagradas Escrituras nos habla muy claramente de un juicio final:
"11Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. 12Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. 13Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. 14Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego.
Esta es la muerte segunda. 15Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego" (Ap. 20:11-15).
El apóstol Mateo nos registra las declaraciones de Jesús acerca de su sentarse en el trono de gloria y separar cual pastor a las ovejas de las cabras, juzgándolas según sus obras y brindando el Reino con vida eterna a las ovejas de la derecha; maldiciendo y apartando de sí entonces a las cabras de la izquierda. Existe, pues, un final escatológico: Por un lado, un Reino eterno e inconmovible en Su gloria, cielo nuevo y tierra nueva con la Ciudad de Dios; por otro lado, fuego eterno que nunca se apaga y donde el gusano nunca muere, junto a Satanás y sus ángeles. El lago de fuego y azufre es llamado también Gehena, donde serán echados los condenados con el alma y con el cuerpo resucitado para condenación en la resurrección postmilenial.
Así como la Jerusalén terrenal tenía en las afueras al valle de Hinom o Gehena donde se amontonaba la basura que se agusanaba y se quemaba con fuego, y donde los idólatras sacrificaban niños al demonio Moloch, así también, cual antitipo, la Jerusalén celestial tendrá en las tinieblas de afuera sur respectivo basurero Gehena donde los que viven para Satanás serán agusanados y quemados perpetuamente. La Gehena de la Jerusalén de abajo era un tipo temporal, pero el lago de fuego y azufre, fuera de la Jerusalén de arriba será una Gehena definitiva y eterna. La condenación eterna en la Gehena es, pues, la muerte segunda, y se refiere a la perdición eterna de los resucitados para condenación en alma y cuerpo (Mt. 5:22,29,30; 10:28. 18:9; 23:15,33; Mr. 9:43-48; Lc. 12:5; Stg. 3:6. (Las aquí citadas son todas las Escrituras que en el original griego usan la palabra "Gehena", traducida por algunos "infierno").
Examinando, pues, el contexto de todas las Escrituras que hablan de Gehena, vemos que ésta se refiere al definitivo juicio en cuerpo y alma en el lago de fuego y azufre después de la resurrección postmilenial de condenación eterna, pues no sólo se nos habla del alma sino también del cuerpo con sus miembros. Por lo tanto, no debemos confundir la Gehena con el Seol o Hades, el cual será echado al lago de fuego tras el juicio del trono blanco (Ap. 20:14), aunque algunos también lo traduzcan ambiguamente: "infierno".
Sepamos primeramente que "Seol" (hebreo) es traducido "Hades" (griego), siendo lo mismo, como puede constatarse comparando la cita de los Salmos que hace Pedro (Salmos 16:10; Hch. 2:37). He aquí las referencias bíblicas al Seol o Hades: Gé. 37:35; 42:38; 41:31; Nm. 16:30-33; Dt. 32:22; 1 Sm. 2:6; 2 Sm. 22:6; 1 Re. 2:6,9; Job. 7:9; 11:8; 14:13; 17:13,16; 21:13; 24:19; 26:6; Salmos 6:5; 9:17; 16:10; 18:5; 30:3; 31:17; 49:14: 55:15; 86:13; 89:48; 116:3; 139:8; 141:7; Prov. 1:12 ; 5:5; 7:27; 9:18; 15:11,24; 23:14; 27:20; 30:16; Ec. 9:10; Cant. 8:6; Is. 5:14; 14:9,11,15; 28:15,18; 38:10,18: 57:9; Ezq. 31:15-17; 32:21,27; Os. 13:14; Am. 9:2; Jn. 2:2; Hab. 2:5; (hasta aquí "Seol"); Mt. 11:23; 16:18; Lc. 10:15; 16:23; Hch. 2:27,31: Ap. 1:18; 6:8; 20:13,14; (hasta aquí "Hades").
Seol o Hades no significan, pues, precisamente “sepulcro" o "sepultura", lo cual es "queber" (hebreo) y "mnemeion" (griego); significa más bien la dimensión del estado de las almas de los que mueren sin Dios; allí están conscientes y angustiados, adoloridos y en tormento. Hades o Seol no se refiere, pues, a sitios geográficos y sepulcrales, pues no se habla nunca de seoles o hades en plural. El rico epulón le llama "lugar de tormento" (Lc. 16:28). "Tártaro", también traducido "infierno" (2 Pe. 2:4), se refiere a la prisión de oscuridad de los ángeles caídos que esperan el juicio.
Ahora bien, los que mueren en Cristo, mientras sus cuerpos esperan la primera resurrección a la venida de Cristo, sus almas van a descansar en Su presencia (Fil. 1:23); sí, presentes al Señor (2 Co. 5:1-10), bajo el altar (Ap. 6:9-11), conscientes y felices en el Paraíso o tercer cielo (2 Co. 12:2-4; Lc. 23:43).
La resurrección de los justos será una de galardonamiento y recompensa; es decir, obteniéndose una mejor resurrección según el peso de gloria acumulado (He. 11:35; 2 Co. 4:17; 1 Co. 15:40,42; 3:13--15; 4:5; Ap. 22:12); por lo cual, todos Sus siervos deberemos comparecer ante el Tribunal de Cristo para recibir cada uno según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo (2 Co. 5:10; Ro. 14:7-13; Mt. 25:19-30; Lc. 12:35-48 ; 19:11-27). Entonces el pueblo de los santos, recompensado, recibirá facultad de juzgar a partir del milenio (Is. 32:1; Dn. 7:10,13,14,18, 22, 26, 27; 12:3,13; 1 Co. 6:1-3; Ap. 2:26,27; 20:4-6) y reinará con Cristo eternamente y para siempre.
Por otra parte, he aquí lo que corresponderá a los excluídos del Reino: castigo eterno (Mt. 25:46), fuego eterno (Mt. 25:41) que nunca se apaga y el gusano no muere (Mt. 3:12; Mr. 9:43-48); vergüenza y confusión perpetua (Dn. 12:2); perdición eterna (2 Tes. 1:9) y exclusión de la gloria divina; y el humo del tormento de quienes adoran a la bestia o su imagen y reciben su marca, sube por los siglos de los siglos (Ap. 14:9-11) y no hallarán reposo.
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