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EL FUNDAMENTO DE
LOS APÓSTOLES Y PROFETAS
"17Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; 18porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. 19Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, 20edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, 21en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; 22en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Ef. 2:17-22).
La Iglesia universal, que es el Cuerpo de Cristo, es, pues, un edificio para Dios formado con muchas piedras vivas, siendo éstas, todos y cada uno de los hijos de Dios (1 Pe. 2:4,5), que al igual que Pedro (Mt. 16:15-19), son hechos piedras aptas para ser sobreedificados y arraigados en Cristo (Col. 2:7), cuando reciben directamente de Dios la revelación de Su Hijo Jesucristo, y entonces lo confiesan desde el corazón apropiadamente. Cada hijo de Dios es, pues, una piedra viva de esta casa espiritual, en la cual hay piedras que corresponden al fundamento; es decir, que están íntimamente ligadas a una función de soporte y sostén. Por eso Pablo escribía a los gentiles en Éfeso que somos "edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo". Jesucristo es, pues, la piedra del ángulo, y es además la piedra principal. Ahora bien, además de la principal, hay otras piedras íntimamente ligadas a ella, que junto con ella conforman "el fundamento de los apóstoles y profetas" sobre los que somos edificados cual edificio de Dios.
Jesucristo es, pues, el soporte de los apóstoles y profetas, y éstos son el soporte en Cristo de la obra de Dios. La Iglesia universal en pleno resulta entonces "columna y baluarte de la verdad'' (1 Ti. 3:15)
Antes de seguir adelante, debemos advertir que tan sólo es apto para ser una piedra viva del edificio de Dios, aquel que tenga con Cristo una relación personal que lo haya regenerado; es decir, que obtenga su vida directamente del Espíritu de Cristo, por medio de cuya unción sea enseñado verdaderamente en la realidad substancial de la verdad. Entonces, recién estará apto para ser coordinado por Cristo en relación de su ubicación dentro del edificio en armonía con las demás piedras, sean éstas de fundamento y columna como los apóstoles y profetas, o de otra función. Lo que nos convierte en piedras es únicamente la revelación directa divina del Hijo; pero entonces, ya podemos ser edificados en estrecha relación a los que Cristo mismo ha constituido para perfeccionar nuestro servicio, pues "10el que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. 11Y él mismo dio [ἕδωκεν] unos como apóstoles; otros, profetas; otros, evangelistas; otros, pastores y maestros, 12para ajustar [καταρτισμὀν] a los santos en la obra de diaconía [εἰς ἕργον διακονίας], para la edificación del cuerpo de Cristo" (Ef. 4:10-12).
En la carta a los corintios escribía Pablo: "Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros", etc. (l Co. 12:28). Jesús mismo dijo: "Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas y apóstoles" (Lc. 11:49); "Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas" (Mt. 23:34). El Señor mismo, pues, da a la Iglesia para su edificación a estos ministros de su magisterio: apóstoles, profetas, didascalos [διδσκάλους], sabios, escribas, evangelistas, pastores.
Y hay algo más: a estos apóstoles y profetas, Dios revela el misterio de Cristo y del Evangelio por el Espíritu, para que ellos lo administren, como está escrito: "4El misterio de Cristo, 5misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: 6que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Ef. 3:4c-6). Así que los ya fundados en Cristo por el Espíritu, somos también edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, de entre los cuales Jesucristo es la piedra principal y la del ángulo.
Jesucristo, el Hijo enviado en el nombre del Padre, es por lo tanto el Apóstol de nuestra profesión o confesión (He. 3:1), y el Mesías Profeta (Dt. 18:15; Hch. 3:22-26). En los días de su carne, es decir, de su paso terrenal por Palestina, Él escogió a doce (12) que fuesen testigos oculares de su ministerio, sus padecimientos y resurrección, los cuales son los 12 apóstoles del Cordero, sólo doce (12): Pedro, Jacobo el mayor, Juan, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo Alfeo, Judas Tadeo Lebeo, Simón cananita y Matías; éstos son sus doce testigos autorizados en cuanto a que ocularmente vieron con sus propios ojos al Verbo de vida, le oyeron con sus propios oídos, y le tocaron con sus propias manos desde el comienzo de su ministerio en días de Juan el Bautista, hasta Su ascensión corporal al cielo, 40 días después de Su gloriosa resurrección (Hch. 1:12-16). Son llamados: "Los doce apóstoles del Cordero", y eran conocidos en la Iglesia primitiva como los Doce (Hch. 6:2; 1 Co. 15:5). Estos 12 se sentarán sobre doce tronos juzgando a las 12 tribus de Israel (Lc. 22:28-30; Mt. 19:28). Sus nombres (de estos 12), estarán en los 12 cimientos de los muros de la Santa Ciudad, la Nueva Jerusalén (Ap. 21:14): "Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero". Gracias al testimonio de estos doce testigos oculares escogidos de antemano, la Iglesia está edificada en la certeza de la historicidad de la persona, obra y doctrina del Cristo. Fueron ellos quienes establecieron la tradición salvífica que fue recogida en su núcleo esencial en el Nuevo Testamento.
Sin embargo, no son éstos los únicos apóstoles de que se nos habla en el Nuevo Testamento; Efesios 4:11 nos habla de apóstoles dados a la Iglesia por el mismo Señor, después de Su ascensión a la diestra del Padre; apóstoles edificadores del Cuerpo de Cristo que perfeccionan a los santos para la obra del ministerio, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la estatura del varón perfecto. Estos ya no son los doce apóstoles del Cordero, testigos oculares de su ministerio terrenal, pero sí son apóstoles enviados directamente por Cristo glorificado después de la ascensión, para, edificar Su Cuerpo a todo lo largo de la historia de la Iglesia, hasta que todos lleguemos a la medida de lo que Dios se ha propuesto. Tal es el apostolado de Jacobo el Justo (Gá. 1:19), Pablo y Bernabé (Hch. 14:4,14), Silvano y Timoteo (1 Tes. l:1; 2:6), Andrónico y Junías (Ro. 16:7), no incluídos en la lista de los doce apóstoles del Cordero, pero sí efectivamente apóstoles edificadores del Cuerpo, según el lenguaje escritural. Al igual que Silvano y Timoteo, también Tito, Lucas, Epafrodito, Tíquico, Trófimo, Erasto, Crescente, Artemas, Aristarco, Justo, etc., eran colaboradores de Pablo dentro del equipo apostólico. Cercano también a Pedro y Bernabé está el sobrino de éste, Marcos. Estos apóstoles eran probados por las iglesias locales (Ap. 2:2).
Aún en el período siguiente al de los citados, a fines del primer siglo y a lo largo del segundo, son abiertamente reconocidos estos ministerios con toda claridad, como consta por ejemplo en la Didaké.
También Policarpo de Esmirna, discípulo directo del apóstol Juan, en las actas de la iglesia de Esmirna a Filomelia y vecinas, es llamado apóstol. De tales apóstoles hacen también mención Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía y Hermas. A lo largo de la historia puede constatarse el testimonio del envío por el Señor de insignes varones tales como Francisco de Asís, Raimundo Lulio, Nee To Sheng, etc., etc.
Aunque ciertamente los profetas del Antiguo Testamento fueron usados por Dios para preparar la venida del Mesías, sin embargo, no tan sólo a éstos es que se refiere Pablo en su carta a los efesios cuando habla de apóstoles y "profetas". Mirando el contexto de la carta y el pensamiento de Pablo en sus otras epístolas, vemos que se refiere cual profetas a varones neotestamentarios que después de los apóstoles proclaman bajo el Espíritu Santo la administración del misterio de Cristo y del evangelio (Ef. 2:20; 3:5,6; 4:11; Ro. 12:6; 1 Co. 12:28,29; 14:29,32, 37). Tenemos como ejemplo de profetas a Agabo, Simón Niger, Lucio de Cirene, Manaén, Judas Barsabás y Silas (Hch. 11:27,28; 13:1; 15:27,32). También al apologista Cuadrato.
El Señor Jesucristo mismo, ahora glorificado a la diestra del Padre, es quien por el Espíritu Santo da directamente hombres carismáticos a la Iglesia para edificarla: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y didascalos o maestros. Jesús además prometió que enviaría sabios y escribas. Es el Señor mismo quien con el carisma necesario para el ministerio, constituye a éstos para bien de las iglesias. Aunque cada uno debe considerarse inferior a los demás y apenas disponerse a servir como el menor, sin embargo, entre los citados, existe escrituralmente el siguiente orden: “primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros" (1 Co. 12:28).
Todos éstos, incluídos los apóstoles y profetas, y entre los apóstoles los doce también, son ancianos o presbíteros (1 Pe. 5:1; 2 Jn. 1; 3 Jn. 1); es decir, son varones estimados principales entre los hermanos por razón de su madurez (Hch. 1:23; 15:22). Así que en cuanto más maduros y reconocidos, son presbíteros, que significa ancianos. Estos mismos, por razón de haber sido puestos por el Espíritu Santo para supervisar la grey del Señor, son de hecho "epíscopos", llamados obispos. A éstos mismos, el Señor da ministerios carismáticos de profeta, maestro o didáscalo, evangelista, pastor; e incluso, de entre éstos es que el Señor mismo envía apóstoles, como consta en Hechos 13:1-3. Bastaba un presbiterio local para apartar con imposición de manos a estos apóstoles enviados del Señor. Hoy debe ser igual que ayer.
Apóstoles, profetas, evangelistas y maestros, los hay itinerantes. Profetas, maestros, evangelistas y pastores los hay también locales. Los apóstoles eran además comisionados directamente por el Señor, quien los enviaba para la obra según dirección directa del Espíritu Santo. La obra consistía en la fundación, confirmación y edificación de iglesias locales, una por localidad, dentro de una región asignada a cada grupo apostólico, por el Espíritu Santo (Hechos, capítulos 13 y 15). Estos apóstoles tienen colaboradores y ayudantes. Eran, pues, enviados de oficio con comisión especial; las iglesias locales los reconocían. Eran ungidos y confirmados por el Señor (2 Co. 1:21), señalados con paciencia y prodigios (2 Co. 12:12), el sello de cuyo apostolado era su fruto (1 Co. 9:2). Las iglesias locales los probaban antes de reconocerlos.
Estos apóstoles eran quienes por el Espíritu discernían de entre las iglesias locales a los que el Espíritu Santo había puesto como sobreveedores (epíscopos) u obispos, y entonces los señalaban ante el pueblo con imposición de manos, para constituirlos presbíteros o ancianos de la iglesia local, reconocida así oficialmente su autoridad moral.
La jurisdicción de los apóstoles era la región de su obra para la edificación de la Iglesia universal; solía tal región tener límites asignados a cada uno por el Espíritu Santo; tenía también la región un centro de donde partían los apóstoles y al que regresaban, y donde ejercían también como ancianos (Hch. 9:32 a 11:2; 13:3 a 14; 15:36 a 18:23; 19:1 a 27). Ejemplo de tales centros son Jerusalén, Antioquía y Efeso. Estos centros son movibles según la sazón de la obra del Espíritu. El valor no radica un la sede, sino en la operación evidente del Espíritu. El Espíritu hace a las sedes, no viceversa.
La jurisdicción de los ancianos obispos, o sea, de los epíscopos sobreveedores señalados presbíteros, es la ciudad de la iglesia local (Hch. 14:23; 20:17,28; Fili. 1:1; Tito 5, 7). Junto a ellos servían los diáconos.
El Espíritu usó, pues, tales canales para bendecir a las iglesias, edificándolas sobre el fundamento de Cristo primeramente, y de tales apóstoles, y entonces también de tales profetas; a éstos, pues, revela Dios el misterio de Cristo y del Evangelio de modo que lo administren por el Espíritu cual ministros del Nuevo Pacto, no de la letra gloriosa que condena, sino del Espíritu más glorioso que justifica (2 Co. 3:3-11). Estos apóstoles y profetas son, pues, las piedras vivas que junto a la principal piedra y del ángulo, Jesucristo, constituyen el magisterio fundamental sobre el que son edificadas las iglesias que constituyen el Cuerpo de Cristo. Los vencedores en cada iglesia local son hechos columnas del templo de Dios (Ap. 3:12; Gá. 2:9). Como fue espiritualmente ayer, así es hoy, y así ha sido en la realidad espiritual a lo largo de la historia, a pesar de la Babilonia de cizaña sembrada por el diablo entre el trigo. Los vencedores son los que por el Espíritu, se han mantenido en o cerca del nivel espiritual y original.
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Habiendo en los apartados anteriores considerado el vino fundamental, he aquí que ahora nos hemos introducido también en la consideración de su odre apropiado fundamental.
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