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El misterio de la fe que una vez fue dada a los santos.-
El apóstol Juan nos hablaba de lo que fue recibido en el principio, para que estemos en Cristo y en el Padre; también el apóstol Pablo nos hablaba del depósito de Dios que debíamos guardar. Ahora bien, ¿Cuál es el contenido del depósito de Dios? Hay una expresión especial, particular y específica en el Nuevo Testamento, que se refiere justamente al contenido del depósito de Dios, y se expresa con esta simple palabra: “La fe”. No se refiere a una fe indefinida, sino con el artículo definido: la fe. Es como lo dice Judas Tadeo Lebeo en su carta, que está antes del Apocalipsis, en el capítulo uno, que es el único de su carta; en el verso tres nos dice:
“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”.
Esta, la fe, que ha sido una vez dada a los santos, se refiere al depósito de Dios, a lo que se ha oído desde el principio, de parte del Señor, y en medio de los apóstoles, registrado en el Nuevo Testamento, que tiene un contenido básico y fundamental; esta es: la fe que una vez ha sido dada a los santos. No se refiere, pues, a una fe cualquiera; a un acto de fe indefinido, o definido en cualquier cosa; se refiere al contenido del plan divino y del anuncio divino, a la fe que una vez ha sido dada a los santos.
El apóstol Pablo, cuando estaba escribiendo a Timoteo, entre los requisitos para los diáconos, decía en el capítulo tres de su primera carta, en el verso nueve: “que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia”. Y al comenzar a leer los requisitos para los diáconos, decía: “Los diáconos asimismo deben ser…”, y sigue declarando varios requisitos. Cuando dice: asimismo, quiere decir que esto no era solamente para los diáconos; ya había hablado de los obispos, y ahora estaba extendiendo los mismos requisitos a los diáconos; en el verso nueve dice como requisito: guardar el misterio de la fe.
Está hablando, pues, de algo definido; se llama: el misterio de la fe. Para poder servir apropiadamente al Señor en la casa de Dios, debemos conocer el misterio de la fe, y guardarlo con limpia conciencia; no basta solamente tener un conocimiento superficial, mental, intelectual, de la doctrina del Cristianismo; se necesita estar identificado con el Espíritu y el contenido sustancial del misterio de la fe, como está registrado en el Nuevo Testamento. Esta es una sola fe. Efesios nos dice: un señor, una fe, un bautismo, etc.
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