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LA DOCTRINA
Al considerar la Doctrina de Jesucristo, no debemos divorciarla de la realidad del Espíritu y Su Persona, sino que se tratará de Jesucristo mismo obrando espiritualmente a través de Su doctrina. No se tratará, pues, de mera ética o moral, sino de la comunicación hablada y actuada del Espíritu de Cristo, y por el Espíritu, de la obra del Cristo que se nos da por vida para reunirnos en Dios. Trátase del mismo Cristo repartido entre nosotros para nutrimos de Sí, lo cual hoy lleva a efecto mediante Su ministerio espiritual que se prolonga en Su Cuerpo místico que es la Iglesia, suma de todos los hijos de Dios. La ministración de Su Espíritu mediante el ejemplo y sus palabras que son espíritu y vida, vivificará a los que percibiendo y oyendo, crean; y creyendo reciban; entonces recibiendo, obedezcan; y obedeciendo, cumplan en sí mismos, por la gracia de Cristo, la voluntad del Padre, que es para con nosotros redención total, configuración a la imagen de Su Hijo Jesucristo, glorificados en Él, y con Él coherederos del Reino eterno.
El Espíritu de vida utiliza, pues, el ejemplo de Jesús y sus apóstoles, y utiliza sus palabras. Tal ejemplo y tales palabras, la suma de ellos y su explicación y la de los hechos de Cristo y sus apóstoles bajo el Espíritu Santo, constituyen la doctrina. El Espíritu, el ejemplo y las palabras de Cristo, se perpetúan en Su Cuerpo místico, además de haber quedado patentemente registrados en las Sagradas Escrituras.
El Espíritu de Cristo comenzó a manifestarse desde el Antiguo Testamento, pero llegó a su dispensación perfecta con el Nuevo Pacto, que es ya anticipo de la definitiva herencia. Tenemos, pues, entonces el Nuevo Testamento, el ejemplo y las palabras, la esencia del Evangelio, la doctrina de salvación, de lo cual toma la Iglesia cual depositaria y reparte. Debe la Iglesia repartir perpetuando mediante el Espíritu, el ejemplo y las palabras de Cristo, aplicándolo a las necesidades de los hombres.
Al repartir, la Iglesia debe también tener discernimiento en el espíritu para edificar eficazmente atendiendo a las prioridades, y comenzando, también en la enseñanza de la doctrina de Cristo, por los fundamentos y rudimentos básicos de ella, sin los cuales nada se puede construir. Jesús comenzó Su enseñanza pública con el anuncio de: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado"; "el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio" (Mt. 4:17; Mr. 1:15). Esto mismo fue lo que ordenó a sus apóstoles predicar: "46Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; 47y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalem" (Lc. 24:46-47). Debían ser, pues, testigos de Su Persona y obra, y portadores de Su Espíritu, reproductores en Él de Su ejemplo, y predicadores de Su doctrina.
Pablo comenzó también con aquello de la muerte y resurrección de Cristo (1 Co. 15:3,4). En la carta neo-testamentaria a los Hebreos se nos enumera aquello que constituía los rudimentos de la doctrina de Cristo; sí, los primeros rudimentos de las palabras de Dios, el fundamento, lo cual es: arrepentimiento de obras muertas, fe en Dios, doctrina de bautismos, imposición de manos, resurrección de muertos y juicio eterno, a lo cual volveremos Dios mediante más detenidamente, no sin antes reconsiderar los puntos sobresalientes de la gesta de Cristo, como quedan señalados típicamente en las fiestas solemnes de Israel, sombra de Cristo.
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