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UNA MISMA ESPERANZA
"Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación" (Ef. 4:4 ).
"Cristo en vosotros, la esperanza de gloria'' (Col. 1:27).
Dios había prometido en el principio de la humanidad que la simiente de la mujer (Cristo nacido de la virgen María) aplastaría la cabeza de la serpiente antigua, que es el diablo (Gé. 3:15; Ap. 12:9); de manera que el que tenía el imperio de la muerte sería quebrantado; con lo cual sería posible la redención, que significaría un retorno a la gloria de Dios de la que por el pecado fue destituido el hombre. Esta redención la llevaría a cabo la simiente de la mujer. Para cumplir tal promesa, Dios separó a Abraham, asegurándole que en su simiente, la cual es Cristo, bendeciría a todas la familias de la tierra, entregándole en herencia el mundo entero. Este Heredero se sentaría en el trono de David para siempre señoreando desde Sion, y en Su luz andarían también los gentiles; por lo cual, el Hijo de David, nuestro Señor Jesucristo, tomó también, aparte de las ovejas perdidas de la casa de Israel, a sus otras ovejas, nosotros los gentiles, y nos insertó en el tronco de su olivo, llevándonos a un solo redil y bajo un solo pastor, Cristo, el David mayor. Por lo cual, Pablo, apóstol de Jesucristo para los gentiles, declaraba el misterio revelado: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio (Ef. 3:5,6). De manera que verdaderamente, como citábamos al principio, fuimos también llamados a una misma esperanza que se alcanza y se consuma en Cristo para toda la humanidad: participar con Él de Su gloria, como está escrito: "Os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tes. 2:14).
"20Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. 24Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo" (Jn. 17:20-24).
"2Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 3Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 Jn. 3:2,3).
He aquí, pues, la esperanza que anida en todos nosotros los que tenemos Su mismo Espíritu, siendo por tanto miembros del mismo Cuerpo y coherederos del mismo Reino.
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