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Adopción, transformación, resurrección y glorificación de nuestros cuerpos.-
Continuamos, por la misericordia de Dios, considerando en este numeral algunos de los versos que se refieren a la salvación de nuestros cuerpos; así como hay una regeneración del espíritu, como hay una renovación del entendimiento, que corresponde al ámbito del alma, así también hay una vivificación de nuestros cuerpos mortales; hay, pues, también una adopción o redención de nuestro cuerpo, una redención completa de nuestro cuerpo; una redención es una recuperación total del hombre, incluida la aplicación de la vida divina al cuerpo del hombre en Cristo Jesús.
Cristo fue glorificado para nosotros; por eso nosotros, en El, somos declarados también glorificados por Romanos ocho, versículo treinta, donde dice: “a estos glorificó”; gracias a lo que Dios hizo en Cristo para nosotros, se puede decir que Cristo nos glorificó; no vemos nuestros cuerpos glorificados en este momento, pero si vemos a Cristo glorificado formándose en nosotros, y llevándonos también a nuestra glorificación; el Señor dijo: el que me come, él vivirá por mi; dijo: el que no come mi carne y bebe mi sangre, no tiene vida, pero el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré en el día postrero.
Nosotros, que creemos en Cristo, en espíritu ya estamos resucitados con Cristo, estamos asentados con Cristo en lugares celestiales, y desde el espíritu estamos transmitiéndolo; Él está haciendo eso en nuestras almas, y también en nuestros cuerpos; pero además, habrá un momento especial, un momento de culminación de esta operación de recuperación de Dios, para con el hombre; esta plena salvación, nos dice Romanos, capítulo ocho, versículo veintitrés: “no sólo la creación, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”.
Esa es la adopción; en Cristo tenemos regeneración, tenemos renovación, tenemos configuración a la imagen de Cristo, transformación, y tenemos también adopción de nuestros cuerpos. Eso es lo que nos dice la primera a los Corintios, en el capitulo quince, versículo cincuenta: “Esto digo hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: no todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria”.
Algo similar, y más resumido, decía Pablo a los Filipenses, capítulo tres, versos veinte y veintiuno: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas la cosas.”
Por eso decía Juan, en su primera carta, 3:2: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal y como él es”.
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