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DOCTRINA DE BAUTISMOS
Jesús mandó que sus creyentes fuésemos bautizados, que nos identificásemos con Él bautizándonos. Mateo y Marcos lo registran: "Id y haced discípulos..., bautizándolos"; "el que creyere y fuere bautizado será salvo" (Mt. 28:19; Mr. 16:16). Los apóstoles, en Su nombre, ordenaron también lo mismo a judíos y gentiles. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, Lucas nos registró varios casos: Hch. 2:38,41; 8:12,16,36-39; 9:18; 10:47,48; 16:15,31-33; 19:1-5; 22:16). Cuando las gentes creían el evangelio, lo normal era que confesaran su fe identificándose con Cristo, invocándole en el bautismo. Con el bautismo mostraban que aceptaban al Hijo de Dios, muriendo y resucitando con Él; bajaban a las aguas y eran sumergidos en ellas, por la Iglesia, a la semejanza de la muerte de Cristo; sepultados en Él y ellas, y subiendo con Él de ellas cual resucitados, en la fe de que al unirnos a Cristo, por Él somos perdonados de nuestros pecados y regenerados. "Sepultados con él, en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos" (Col. 2:12). "3Los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte. 4Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. 5Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección" (Ro. 6:3-5).
Así que mediante la fe nos ponemos en contacto con el Cristo resucitado, lo cual señalamos para consumarlo bautizándonos e invocándole en obediencia. Lo normal sería, pues, que realicemos esta identificación en fe, por el bautismo. En el tiempo apostólico, los que recibían la Palabra eran bautizados en seguida: Hch. 2:41; 8:12; 9:18; 10:47,48; 18:8; 22:16.
La fe debe preceder al bautismo, pues es mediante ésta (Col. 2:12) que en el bautismo nos identificamos con la muerte y la resurrección de Jesucristo. Por eso Felipe contestó a la pregunta del eunuco por el impedimento o el requisito para ser bautizado, y le dijo: "Si crees de todo corazón, bien puedes" (bautizarte) (Hch. 8:37). Jesús dijo: "El que creyere y fuere bautizado". No es, pues, tan sólo el que fuere "bautizado" sin creer ni escoger, sino que se debe creer primero.
Jesús dijo que era necesario nacer del agua y del Espíritu (Jn. 3:5). No es, pues, tan sólo del agua, sino que también debe nacerse del Espíritu, el cual se recibe por la fe (Gá. 3:14; Jn. 7:38,39).
El apóstol Pedro escribió: "20Mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. 21El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo" (1 Pe. 3:20b,21). De manera que el bautismo nos salva por la resurrección de Jesucristo; es decir, que la identificación con su resurrección nos salva, lo cual, en figura del arca, realizamos a través de las aguas. No que el rito bautismal cambie la naturaleza de la carne (v.21) quitando sus inmundicias (la ley del pecado y de la muerte en la carne –Ro. 7:17-24), sino que nuestra obediencia al rito demuestra nuestra aspiración ante Dios de una buena conciencia. Es la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús la que nos libra, no de la existencia en la carne de la ley del pecado y de la muerte, pero sí nos libra del poder de tal ley de pecado y muerte, enfrentándole el poder de la muerte al pecado en Cristo y el poder de la resurrección para Dios de Jesucristo; nos libra, pues, por el Espíritu (Ro. 8:1-13). Así que, somos salvados por el "lavamiento" de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo derramado abundantemente por Jesucristo (Tit. 3:5,6). Cristo, pues, purifica a la Iglesia en "el lavamiento del agua" por la Palabra (Ef. 5:26).
Es necesario captar estas dos palabras: "en" y "por", en las Escrituras referentes al bautismo. Atendiendo al texto griego tenemos que: En (έν) el bautismo somos sepultados y resucitados, mediante, o a través, o por (διά) la fe en el poder de la resurrección de Cristo por Dios (Col. 2:12). También: Somos sepultados juntamente con Él para muerte a través, o por (διά) medio del bautismo (Ro. 6:4). Además: el bautismo está salvando ahora por (διά) la resurrección de Jesucristo (1 Pe. 3:21); es decir, porque significa y efectúa la obediencia de la fe salvadora, por identificación con el Cristo resucitado que regenera participándose a Sí mismo. También está escrito que la Iglesia es purificada por Cristo al (τώ) baño del agua en (έν) la palahra (Ef. 5:26). Además: dice que Nos salvó mediante (διά) el baño de la regeneración (Tito 3:5). Véase, pues, que en el bautismo lo que salva es la sola fe. Además nótese que no se habla de la regeneración del lavamiento, sino del lavamiento de la regeneración; es decir, no que el lavamiento regenera, sino que la regeneración lava. Quien regenera es Dios, por consiguiente mediante la sola fe, que se expresa en el bautismo y conlleva al arrepentimiento.
La fe en Su Palabra y poder, pues, a través del acto voluntario del bautismo, nos identifica con la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Entonces, el que cree se identifica bautizándose; y tal identificación por fe, que es sumersión en Cristo mismo, entonces le salva. El que creyendo se ha identificado con Cristo, por Éste es purificado y regenerado. Se nos pide, pues, que realicemos o consumemos nuestra identificación de fe con Cristo a través del bautismo; por eso los apóstoles bautizaban en seguida, aunando el acto de fe y entrega a Cristo recibiéndole, con el bautismo; (ver citas arriba). Cristo, entonces, se ha comprometido a remitir los pecados de aquellos que al creer se arrepientan y se bauticen en Su nombre (Hch. 2:38); prometió además el Espíritu Santo.
La Iglesia, pues, al bautizar, lo hace de parte de Dios, con Su autorización, es decir, “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19); y lo que ella así remita, en la tierra, es remitido en el cielo (Jn. 20:23); igualmente, lo que ella retenga en la tierra, es retenido en el cielo (Jn. 20:23). La Iglesia retiene los pecados cuando por causa de incredulidad y falta de arrepentimiento no bautiza a los incrédulos no-arrepentidos, pues, para el bautismo se requiere una fe verdadera (Hch. 8:37) que conlleva el arrepentimiento; pues, ¿cómo identificarme con la muerte de Cristo, si no estoy dispuesto a morir con Él al pecado y al mundo?
La Iglesia, no obstante, obra de buena fe, administrando reconciliación a todo aquel que voluntariamente profese creer y anhelar el bautismo, aunque sea engañada en su buena fe por algunos, como es el caso que tuvo Felipe con Simón Mago, a quien luego Pedro reprendió (Hch. 8:4-24).
¿Quién debe realizar el bautismo? lo fundamental es la identificación por fe con Cristo del bautizado; no obstante lo ideal es que quien administre el rito sea la Iglesia, ya sea por los apóstoles (Jn. 4:2; Mt. 28:19), ó por los discípulos colaboradores (Hch. 10:48). El Señor directamente mandó a un discípulo de nombre Ananías bautizar a Pablo (Hch. 9:10-19). Puede bautizar, pues, cualquier miembro de Cristo que esté bajo la dirección de la Cabeza que es Cristo, y en comunión con su cuerpo; es decir, que bautiza de parte del Señor y para el Cuerpo, recibiendo a todos los que Cristo reciba. No se bautiza, pues, uno, para pertenecer a una secta o a un ministerio (1 Co. 1:11-17), sino para señalar la realización de nuestra identificación con Cristo y para efectuarla mediante la obediencia de la fe; de manera que en Quien somos sumergidos es en Él, haciéndonos, por Él, miembros Suyos, y por lo tanto partícipes de Su único cuerpo dentro del cual somos inmersos por el Espíritu de Cristo que recibimos mediante la fe viva que obedece. Por eso Pedro, a quien profesaba su fe arrepintiéndose y bautizándose aseguraba la promesa del Espíritu Santo, que es Quien nos bautiza en Un solo cuerpo (Hch. 2:38,39; 1 Co. 12:13).
Lo normal en la Iglesia, en su tiempo primitivo y apostólico, era proceder a practicar el bautismo en las aguas por inmersión al creyente, lo cual está bien perpetuar. Mateo 28:19 nos muestra las palabras que Jesús dirige al bautizador, autorizándole a que lo haga en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es decir, como de parte de Dios mismo, pues es sabido que el Padre envió al Hijo y Éste vino en el nombre del Padre, hablando Sus palabras y haciendo Sus obras; de la misma manera, el Hijo envió en Su nombre al Espíritu Santo, el cual es Su vicario en la Iglesia. El Espíritu Santo opera ahora a través del ministerio de todo Su cuerpo, por lo cual la Iglesia, bajo la comisión de Jesucristo y en el poder del Espíritu Santo, hace discípulos, los bautiza y les enseña de parte de Dios, es decir, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ahora bien, Pedro dirigió, ya no al bautizador, sino al que se bautiza, el mandamiento de bautizarse cada uno en el nombre de Jesucristo (Hch. 2:38), y así lo hicieron judíos, samaritanos y gentiles, según registra Lucas en los Hechos de los apóstoles (8:16; 10:48; 19:5; 22:16), pues en Cristo Jesús NO hay diferencia entre judío y gentil (Ro. 10:12,13; Gá. 3:27,28; Col. 3:10,11). De manera que el bautizador bautiza de parte de Dios en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y el que se bautiza se identifica con Cristo en Su muerte y resurrección bautizándose en el nombre de Jesucristo. No se trata, pues, de dos fórmulas contradictorias, sino del complemento de dos realidades divinas: la identificación con Cristo del bautizado, y la autoridad delegada del que lo bautiza. Son, pues, realidades complementarias, y no tan sólo meras fórmulas. Cada bautizado debiera comprender que ha sido bautizado o sumergido en Cristo de parte de Dios, es decir, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre (1 Jn. 2:23).
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Ahora bien, Hebreos 6:2 no nos habla meramente en singular de doctrina de bautismo, sino que nos habla en plural: "doctrina de bautismos". No se refiere, pues, como a uno de los fundamentos de la doctrina de Cristo tan sólo al bautismo en agua, pues el Nuevo Testamento nos habla también de "Bautismo en el Espíritu Santo", además de haber hablado de bautismo en Cristo. Dios quiere, no tan sólo perdonamos, liberarnos y regenerarnos, justificarnos, santificarnos y morar en nosotros, lo cual hace sumergiéndonos en Cristo, poniéndonos en Él y a Él en nosotros; pero Él también quiere además investirnos de poder y ungirnos para el ministerio, lo cual hace mediante la investidura y unción del Espíritu Santo. Él pidió a sus discípulos que esperaran en Jerusalén hasta recibir del Padre la promesa, y ser bautizados con el Espíritu Santo, lo cual les invistió de poder (Hch 1:4-8); lo mismo hizo Dios con los gentiles en casa de Cornelio derramando sobre ellos el Espíritu Santo y bautizándoles con Él (Hch. 10:44-46; 11:15-17). Pedro y Juan oraron para que recibiesen el Espíritu Santo los que habían creído y se habían bautizado con Felipe tiempo atrás, sin que descendiera aún sobre ellos (Hch. 8:12-17); lo mismo hizo Pablo con los efesios (Hch. 19:1-6) a quienes luego escribía que desde que habían creído habían sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa (Ef. 1:13; 4:30); es decir, que los efesios habían tenido la experiencia de la investidura habiendo creído previamente.
El agua vivificante del río que vio Ezequiel (47:1-12) era la misma, ya sea que llegase hasta los tobillos, o las rodillas, o los lomos de Ezequiel; así también, las aguas vivas del Espíritu que reciben por fe los que por esa misma fe beben de Cristo, pueden ser aprovechadas en distintas maneras, según la medida en que por fe beban de ellas y en ellas se sumerjan los creyentes. El Espíritu es dado sin medida, pero muchos desparraman sin aprender a recibir. Debemos, pues, por fe penetrar más y más en el río, recibiendo, experimentalmente, por el Espíritu, la ministración que Éste nos hace del Sumo Bien conseguido para nosotros por Cristo Jesús. Acerquémonos, pues, a beber hasta ser completamente inundados y sumergidos; y hagámoslo así vez tras vez.
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