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LA REGLA
Si bien Dios permitió que las cartas del apóstol Pablo tuviesen autoridad universal hoy, no obstante, históricamente hablando, el apóstol se dirigía a personas individuales (Timoteo, Tito, Filemón), o a iglesias locales (Romanos, Corintios, Efesios, Filipenses, Colosenses, Tesalonicenses); y descontando a "Hebreos", tenemos sin embargo más ampliamente que la carta a los gálatas iba dirigida ya no a una sola iglesia local, sino a varias dentro de aquella región donde precisamente Pablo fue pionero con Bernabé: Galacia. El tema de la carta, además, era nada menos que la regla del evangelio, dirigida a una amplia jurisdicción histórica, y reconocida tal regla hoy como verdad universal.
En aquella carta Pablo comienza exponiendo su autoridad con la que abordaría el tema: era apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, no de hombre ni por hombre; y había recibido de Dios el evangelio por revelación, siendo especial comisionado de Dios para los gentiles; tenía el respaldo de la diestra de compañerismo de los apóstoles columnas, Jacobo, Cefas y Juan, quienes reconocieron la gracia que le fue dada sin añadirle nada nuevo; hablada, pues, con autoridad divina. En su carta anatematiza, pues, todo otro supuesto "evangelio" que no sea el que ellos han recibido de él; evangelio que a continuación expone en su carta, que termina entonces así: "Y a todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios" (Gá. 6:16); entonces, como quien ha dejado todo claro y establecido, añade que de allí en adelante nadie le cause molestias.
La carta, pues, a los gálatas (que es corroborada por Romanos, 2 Corintios, y el resto del Nuevo Testamento), es de una importancia vital y fundamental, pues establece "la regla", o sea, según la palabra griega, "el canon" de lo que es el evangelio cristiano y apostólico, fuera de lo cual, lo demás es anatema, aunque fuese presentado por un ángel del cielo (Gá. 1:8,9). No podemos minimizar esto, sino que debemos atenderlo con suma devoción; y en cuanto a "fundamentos", he aquí, pues, una consideración vital.
El meollo de la carta es la justificación por la fe, que también obra por el amor; el andar en el Espíritu que se recibe de gracia por la fe en Cristo, y que produce un fruto contra el cual no hay ley. La nueva creación es la clave aquí, en la que somos libertos de las pasiones de la carne y de la esclavitud bajo la ley de los rudimentos del mundo. No nosotros, sino Cristo en nosotros. He allí el evangelio.
La correcta exégesis, bajo la unción del Espíritu Santo, de la carta a los gálatas, es alimento de primera magnitud para el establecimiento de la verdad. Entonces, la carta a los romanos, retomando el mismo tema, profundiza la exposición. Nadie puede justificarse ante Dios pretendiendo haber cumplido la ley, pues todos hemos pecado muchas veces en la debilidad de la carne. La ley ha puesto de manifiesto nuestro pecado, pero no nos ha dado vida para poder cumplirla, sino que nos ha condenado. Esta vida nos la ha regalado Dios por Jesucristo mediante el Espíritu Santo prometido, que recibimos al creer en Cristo, quien al morir por nosotros llevó también a la muerte la vieja creación caída, y por Su resurrección comenzó una nueva creación que nos es donada gratuitamente en el Espíritu, si lo recibimos por fe. Tal fe da lugar a Cristo en nuestra vida, el cual, ahora, por gracia, opera según el Espíritu produciendo el fruto que es amor y todo lo demás, en lo que se cumple toda la ley y los profetas.
No estamos, pues, ahora bajo el régimen viejo de la letra de la ley, como exigiéndole a la carne que en su atroz debilidad haga obras espirituales agradables a Dios; ¡no! sino que más bien estamos bajo la gracia, bebiendo por la fe del Espíritu de Cristo, y obteniendo por la confianza en Él, el don de la justicia; justicia gracias a la satisfacción del sacrificio de Cristo; gracias a la operación del Espíritu Santo recibido por una fe viva que obra por el amor. Este don de la justicia es, pues, fundamento de salvación, ya que somos salvos no solamente por Su muerte sino también por Su vida. ¡Cristo en nosotros, la esperanza de gloria!
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