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Sobre el altar.-
El tercer libro del Pentateuco, comúnmente llamado “Levítico”, es un libro especialmente sacerdotal. El sacerdocio del Antiguo Testamento, sus altares, el sacrificio del cordero, el templo, y todas las demás cosas, eran figura de las cosas espirituales correspondientes al Nuevo Testamento, o al Nuevo Pacto.
Lemos, pues, en este Libro, algo muy importante acerca de la disposición a Dios, y de la parte del Señor para con nosotros. En el capítulo uno de Levítico, versos dos en adelante, leemos: “Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de vosotros ofrende a Yahveh, de ganado ovejuno o vacuno haréis vuestra ofrenda (figura de Cristo). Si su ofrenda fuere holocausto vacuno, macho sin defecto lo ofrecerá (figura de que el cordero es sin mancha); de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Yahveh. Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya”.
Allí vemos al pecador identificándose con Aquel que es sacrificado para que le sea válida la expiación. Sigue diciendo: “Entonces degollará el becerro en la presencia de Yahveh; y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán la sangre (figura de Cristo), y la rociarán alrededor del sobre el altar (la disposición al Señor), el cual está a la puerta del tabernáculo de reunión. Y desollará el holocausto, y lo dividirá en sus piezas. Y los hijos del sacerdote Aarón pondrán fuego sobre el altar, y compondrán la leña sobre el fuego.”
Para penetrar en los misterios de la palabra del Señor necesitamos, por lo menos, dos cosas fundamentales: por una parte, por la parte del hombre, necesitamos la correcta disposición de corazón hacia Dios; lo cual se presenta aquí en el venir voluntariamente como pecador, reconocer el pecado, identificarse con el sacrificio, reconociendo que Aquél que es sacrificado lo hace por nuestros pecados y por nuestra culpa, y disponernos sobre el altar para ser separados pieza por pieza.
Por otra parte, o sea, por la parte del Señor, nosotros encontramos también la intervención del sumo sacerdote, o sea, en figura de Cristo. Por eso el sumo sacerdote, o los sacerdotes, ofrecían la sangre.
Vemos la parte del hombre: disponerse delante del Señor, haciendo libre uso de Su gracia capacitadora; y la parte del Señor es, después de haber hecho Su sacrificio, entonces sobre el altar, aquel sacrificio sobre el cual nosotros en Cristo nos ofrecemos a Dios, entonces nosotros somos, como se dice, separados o divididos.
En Hebreos 4:12 se nos dice que “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta partir el alma y el espíritu…” Así que la palabra del Señor, cuando nos ofrecemos a Dios, nos alumbra. La exposición de Sus palabras nos alumbra. De nuestra parte, nos disponemos a Dios; Su gracia nos capacita, pero no nos obliga; y de Su parte, se revela a nosotros; se revela El, nos revela lo que somos, nos revela Su salvación y Su propósito eterno.
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