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Grosura de corazón y entendimiento.-
Tenemos abiertas las Escrituras en la carta del apóstol Pablo a los Gálatas; leemos en el capítulo uno, el verso diez, donde pregunta Pablo: “¿Busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo”.
Esta pregunta que se hace públicamente el apóstol Pablo, delante de los Gálatas, se refiere a dos cosas importantes que son una: ¿qué es lo que busco?, y ¿qué es lo que estoy tratando de hacer? El se pregunta: ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? o ¿trato de agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.
Ser siervo de Cristo está, pues, muy relacionado con lo que nosotros estamos buscando, y con lo que nosotros estamos tratando de hacer. Nuestro corazón, si debe servir a Dios, si desea agradar al Señor, debe buscar primeramente eso, el agrado de Dios. Por ejemplo, decía también Pablo, citando al profeta Isaías, como lo registra Lucas en Hechos 28:26-27:
“Ve a este pueblo, y diles:
De oído oiréis, y no entenderéis;
y viendo veréis, y no percibiréis;
Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
Y con los oídos oyeron pesadamente,
Y sus ojos se han cerrado,
Para que no vean con los ojos,
Y oigan con los oídos,
Y entiendan de corazón,
Y se conviertan,
Y Yo los sane.”
Vemos aquí, en las palabras del Señor, que nuestro corazón engrosado nos impide entender. Si nosotros no estamos buscando con pureza al Señor, y la realidad de Su palabra, nosotros mismos estamos poniéndonos un velo que nos impedirá entender; pero el Señor dice que nos convirtamos a Él. Tenemos el ejemplo del profeta Daniel, en el capítulo 10 de su profecía, en el verso 12; el ángel le dijo a Daniel: “Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido”.
Vemos aquí, pues, que el Señor toma en cuenta profundamente el corazón del hombre; al Señor no le engañan nuestras apariencias. El desea que busquemos de todo corazón Su rostro, que busquemos Su perfecta voluntad; por eso dice: “desde el primer día en que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras”.
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