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El pensamiento analógico es una realidad dentro de la humanidad; y Dios, en Su trato con el hombre, no se limita a un sólo aspecto o tipo de pensamiento. Dios es el Dios de todos los hombres y el Creador de todos los aspectos de la mente y del hombre. De manera que Él se adapta perfectamente a todo tipo de pensamiento, y sabe hacerse entender por todos los medios. La hermenéutica se asienta en esta área. Dios hace un uso legítimo de la alegoría, pues ésta tiene un lugar adecuado dentro de la realidad, y es un departamento dentro de las muchas vivencias del hombre. Así que para la comunicación es posible hallar puntos de contacto también en la analogía, y aun en los más recónditos aspectos del pensamiento llamado mágico. Cualquier tipo de pensamiento tiene sus normas legitimas dentro de la realidad y también sus limitaciones, cruzando las cuales, cualquier tipo de pensamiento se desliza en extravagancias y delirios; incluimos expresamente también al pensamiento llamado lógico del racionalismo; también este debe sujetarse a normas legítimas y límites jurisdiccionales. Hay una jurisdicción para la razón, y la hay también para lo mágico. Si bien la magia está prohibida por Dios, no por eso es menos real. Jurisdicción hay para lo de acá y para lo de más allá; lo hay para lo explicable y para lo milagroso. De la misma manera, dentro del pensamiento hay lugar para el razonamiento abstracto y para la imaginación, etc. Todos estos aspectos solamente siervos son del hombre total; no debe permitírseles ser señores; son secretarios, no presidentes. Sí, la deducción es una sierva, la inducción también; la síntesis y el análisis igualmente; sirven al hombre todo, pero no deben tiranizarlo ni deformarlo con desequilibrios. Queremos al hombre todo, realizado a plenitud en todas sus capacidades y posibilidades, equilibradamente, para su fin innato: la gloria de Dios.
Todo lo que descentre al hombre de su fin innato es enfermedad que corrompe hasta la desintegración. Repito, pues, entonces que el fin innato de la realización plena del hombre está relacionado a la gloria de Dios; contenerla, reflejarla, representarla. Háblase de la gloria del verdadero Dios, que se ha revelado en la historia con exclusividad mediante Jesucristo, el hecho de cuyo testimonio estudiamos. Tal testimonio nos llega también multiplicado en la concordancia de la realidad histórica y espiritual de Cristo con los tipos y figuras, ejemplos, sombras y alegorías que ya le presentaban de antemano. De manera que nos maravillamos de los métodos didácticos de Dios.
Cristo es, pues, aquel verdadero Adam que al ser herido en el costado durante el sueño profundo de la muerte, entregó de Sí mismo para la formación de su Eva, la Iglesia. Él es el verdadero árbol de vida, el sacrificio de cuyas pieles cúbrese al pecador desnudo; el sacrificio que a las puertas del Paraíso nos hace gratos a Dios como la ofrenda de Abel. Él es testador del pacto cuya señal es el arco iris. Él es la bendición de Sem y el verdadero Isaac que retorna de la muerte, el Hijo esperado, la simiente prometida. Él es quien corta a la carne en la circuncisión verdadera. Él es el José verdadero cuyo Espíritu moró en aquel primero, vendido aquel por casi 30 piezas de plata, sacado de la cisterna y de la cárcel para la diestra de la majestad. Sí, Él es quien, herido en la casa de sus hermanos y amigos, se da luego a conocer a ellos para preservación del alma. Él es el legislador verdadero perfeccionando a Moisés. Él es el verdadero Aarón, el sumo sacerdote perfecto; Él es la ofrenda sacrificada, el holocausto; Él es el verdadero pan, el trigo molido cual harina, molido por nuestros pecados y ungido con el aceite del Espíritu Santo.
Él es el Arca de madera de acacia cubierta de oro, la naturaleza humana y la divina en Su sola persona; el maná verdadero, pan del cielo, agua viva y Roca herida, almendro escogido y florecido en la resurrección. Él es la Pascua, el Cordero expiatorio, la trompeta perfecta que reúne así al pueblo santo. Él es el primogénito, el siclo del santuario, el precio del rescate, el tabernáculo henchido de la gloria de Yahveh; Él es el descanso, el sábado y el jubileo; las fiestas solemnes sombra de Cristo son. Cristo es el nazareno separado para Dios, el Sansón perfecto, el Josué que nos introduce en el Canaán de los lugares celestiales. Aquel que abrió el Jordán de la muerte y devoró como pan a Sus enemigos.
Cristo es el juez justo, el libertador perfecto, el cántaro de Gedeón, que al quebrantarse alumbró asegurando la victoria. Él es el pariente redentor, marido de la gentil convertida, el restaurador del alma de la Noemí‑Israel en su vejez; el tronco de Isaí, el David verdadero, el Heredero del trono de Israel y las naciones; el Rey de Paz y Sabio, también reconstructor de ruinas. Él es aquel que cual Elías fue arrebatado al cielo dejándonos la capa de Su Espíritu. Él es aquel que resucita a los muertos que descansan en su tumba, como al contacto de los huesos de Eliseo un muerto volvió a vida. El es el monarca que extiende el cetro de oro de la misericordia a la esposa querida que se aventura en Sus brazos. Él es el Amado de la amada en el Cantar de los Cantares; el Hijo del hombre, el Príncipe de los ejércitos, la Piedra. Él es aquel que regresó del vientre del abismo, uno mayor que Jonás, mayor que Salomón, el Renuevo, el Deseado, el Ángel del Pacto de Yahveh, que ruge cual león; el Único que puede abrir el libro; el hijo varón de la mujer arrebatado para Dios y Su Trono. Aquel cuya hoz está en Su mano y cuya espada en Su boca. ¡La Lumbrera perfecta de la Nueva Jerusalén! ¡Jesucristo es Su Nombre!
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