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Aliento.-
En la segunda carta de Pablo a Timoteo, capítulo tres, verso diez y seis, nos dice: "Toda la escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra."
En este pasaje vemos también otras funciones importantes de la palabra del Señor; en el numeral pasado vimos que la palabra del Señor es para nutrirnos; ahora vemos que las Sagradas Escrituras nos pueden hacer sabios para la salvación que es por la fe en Cristo Jesús; y declara, "toda la Escritura es inspirada por Dios”.
Esta palabra “inspirada”, en el idioma griego, es como decir "soplada"; nos habla del aliento de Dios; el aliento de Dios soplando Su palabra, inspirando a los hombres de Dios que escribieron la palabra del Señor bajo el influjo del soplo del Omnipotente, bajo el influjo del soplo del Espíritu. Es muy importante comprender eso, que la palabra del Señor es soplada, es inspirada, alentada por el aliento de Dios como el viento sobre la vela.
El aliento del Señor contiene los elementos de Dios, contiene la vida de Dios. Cuando el Señor Jesucristo resucitó, El apareció a los apóstoles, y nos dice el apóstol Juan que les sopló, y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo”. Sopló sobre ellos en aquel momento de la resurrección; El sopló para la regeneración en vida de los apóstoles; luego también, en el día de Pentecostés sopló sobre ellos también como un viento recio para investirlos de poder.
Ahora notemos que, entonces, el aliento de Dios es el Espíritu de Dios moviéndose, conteniendo los elementos de Dios a trasmitirnos; Dios ha escogido transmitirnos las “cosas suyas” a través de Su Espíritu.
La palabra espíritu en el hebreo es "ruaj", y en el griego es "pneuma"; y tanto en uno como en otro idioma, y tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, esta palabra es también como decir viento, como decir aire. El Señor se asemeja al viento o al aire; y lógico que El no es viento y no es aire; pero esa analogía de la palabra nos ayuda a entender la omnipresencia activa del Señor, y como al Señor podemos respirarle.
Así que el aliento del Señor fluye en Su palabra; los elementos divinos están contenidos en el Espíritu del Señor, y nosotros podemos respirar al Señor y ser suministrados con los elementos divinos, con la provisión de Dios. Toda la provisión de Dios para nosotros, está contenida en el Espíritu, y es transmitida por el Espíritu.
Aparte del fluir del Espíritu de Dios, nosotros no recibimos de Dios nada; Dios se reveló en Su Hijo, y a través de Su Espíritu nos comunica lo que El es, lo que Su Hijo es, lo que El ha hecho, la redención que El ha efectuado, lo que ha hecho en la cruz, en la resurrección, en la ascensión, etc.; el Espíritu es el que nos transmite. También el Espíritu inspiró la palabra, y cuando leemos la palabra en fe, en contacto espiritual con Dios, con oración, y no solamente con nuestra mente, sino despacio, en comunión con Dios, entonces el aliento de Dios se mueve en nuestro espíritu y nos comunica los elementos divinos y de Cristo que nos nutren.
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